Bata, 21 de Febrero de 2015.-

A medida que voy viendo las cosas, a veces me asalta la idea negativa de que Guinea no tiene solución. No encuentro en esta sociedad suficientes elementos que promuevan la mejora de los comportamientos hacia el bienestar de las personas y el mejoramiento de las cosas en general. Así­ ocurre que ante esta ausencia de un corrector de "entropía social"�, la sociedad guineana cada día funciona peor. La entropía lleva al caos como tendencia natural.

La falta de este  mecanismo de mejora de todo, tiene su origen en el sistema político. Las autoridades no tienen ningún elemento que les controle, no están sometidos a ninguna auditoría, nadie les recrimina sus errores. En realidad no se puede medir ningún error porque para ello hay que tener antes unas referencias. Y medir luego las acciones o hechos reales en comparación a esas referencias. La corrección se hace después en función de esta comparación. En Guinea tampoco existe la corrección que realimenta el sistema para minimizar el error a lo largo del tiempo.

Con una dictadura donde su líder nunca es sometido a ningún control o escrutinio, donde nadie, salvo la oposición, le indica lo que debía haberse hecho, es lógico que nunca se corrija nada. El llamado parlamento es pura ficción y no se sabe qué puede controlar, ya que el mismo Obiang es jefe del ejecutivo pero nunca ha sido interpelado ni lo será. Es más, las resoluciones del Parlamento como la Ley de Presupuestos de este año 2015, han sido despreciadas por el propio dictador. Tenemos aquí la peor combinación posible: el ejecutivo no está fiscalizado y además actúa al margen de la Ley.

Una persona que se considera por encima de todo, crea forzosamente un sistema tendente al caos y la ineptitud. Es el dictador, con sus actos y comportamientos, quien hace de Guinea un país que funciona cada vez peor, sin que nada ni nadie pueda frenar esta tendencia. No existen autoridades con principios morales o legales que les sirvan de guía. Las autoridades solo  orientan sus acciones conforme a una mayor obediencia y apología al dictador. Obiang es la única referencia y con frecuencia sus colaboradores se inhiben al desconocer la doctrina del dictador sobre cualquier tema.

Las empresas privadas no están exentas de este comportamiento nefasto, especialmente las importantes. Las peores son las de las telecomunicaciones y las de transporte aéreo. Ninguna de ellas utiliza el concepto de cliente y no compiten en un entorno de libre concurrencia, sino que operan en colusión empresarial. Todas ellas tienen participación del Estado y sus directivos tienen como único mérito el ser familiares del dictador o recompensados del sistema partido-estado. Los precios de las tarifas telefónicas y aéreas son muy altos y no guardan relación con los costes reales. Con frecuencia estas empresas tienen exceso de personal, que procede del nepotismo y el clientelismo que practica la dictadura. Muchas de las chicas que trabajan en esas empresas no tienen el nivel de formación adecuado ni su misión consiste en satisfacer al cliente. Trabajan de mala gana.

Criticar o hablar de las innumerables cosas mal hechas aquí­ en Guinea al final se vuelve cansino. Llevamos años poniendo al descubierto los graves errores, atropellos, disfunciones y desaciertos de la Guinea de Obiang y no se ha corregido apenas nada. Resulta cansino ya hablar.

Un señor que coloca la bandera de su partido al lado de la enseña nacional en una alocución de Estado, no puede ser instruido. Jamás podría entender el concepto de Estado ni le interesa entenderlo. Lo que hay que hacer es trabajar para apartarle de las riendas del Estado. En más de 35 años que lleva en el poder, Obiang no ha aprendido ninguno de los conceptos básicos que un hombre público moderno debe manejar con soltura. De Obiang solo se puede esperar que siga empeorando el sistema social y político guineano, favoreciendo la entropía destructora, destruyendo a los posibles elementos correctores.

Dentro de unos años, Guinea se va a enfrentar al post-petróleo.

 Los cuadros que se han instalado en el sistema caótico, sin sentimientos patrióticos ni humanos, dispuestos a aprovecharse del mana petrolífero y fidelizados por ello al dictador, no constituyen una esperanza para hacer frente a la era del post-petróleo. Su fidelización al caos de Obiang les ha hecho incapaces de tener unas referencias y de actuar conforme a esas referencias, que son, obvio es decirlo, un conjunto de valores morales y principios políticos, como la equidad, la solidaridad, la honradez, la abnegación, el sacrificio, el bien común, etc. Esos principios son necesarios como guías de acción para sacar a Guinea del caos que el perverso Obiang ha creado intensa y extensamente. Si acaso,  mucho nos tememos que esos grupos humanos corrompidos supondrán una rémora para cualquier esfuerzo de regeneración social, política y económica.

La esperanza sólo puede estar en los jóvenes que ahora tienen de 15 a 25 años y no se han contaminado del virus Obiang. Y en aquellas personas de buena voluntad que han permanecido alejadas del sistema, geográfica y/o espiritualmente.

El trabajo de regeneración será muy duro porque Guinea estará arruinada moralmente y económicamente. La ruina moral ya está instalada y la ruina económica está en marcha, gracias una vez más al dictador, el pagador único del Estado, el que nombra a todos pero llama corruptos a sus colaboradores e insulta pobres mentales a los guineanos.

Guinea tiene futuro y hay esperanza. Pero hay que luchar por ese futuro esperanzador ahora, apuntándose a un movimiento por las libertades y la democracia que trascienda las ideologías y los objetivos de los partidos políticos. Dentro de este movimiento, la clave es el activismo político que desafíe estratégicamente a la dictadura, usando la lucha no violenta.

A pesar de este cansancio, los informes sobre los desmanes de la dictadura tienen que seguir produciéndose, como memoria de un pasaje histórico que no debe volver y como prueba y denuncia en posibles juicios. Los informes no van a servir, como nunca han servido, para que la dictadura reconduzca su ignominioso proceder.