Ante los resultados del 26-J, muchos se preguntan cómo un partido político que ha gobernado a base de fraccionamiento, precariedad y temporalidad del empleo, ha creado una ”estabilidad” propicia para la ganancia de las grandes corporaciones, pero una estabilidad que imposibilita la reabsorción de millones de parados -los desalojados por la crisis de 2008, todavía hoy lejos de una solución integradora-, debilitado enormemente la negociación colectiva y penalizado formas de protesta y de reivindicación ciudadanas, ha podido ”ganar” las elecciones. Frente a aparente dilema, se han apuntado respuestas, probablemente de izquierdistas resentidos, que advierten del embrutecimiento de la sociedad española, de sus limitaciones racionales, de su tendencia a la autoflagelación, y demás barbaridades. Semejantes declaraciones, además de prefacistas, se revelan como la otra cara de la moneda, dentro de una lectura populista de la lógica democrática, que ha asimilado peligrosamente la regla de oro de las mayorías a la totalidad.

Cabe, pues, recodar las pequeñas cosas; recordar que las sociedades son proyectos susceptibles de conflictos, en torno a los cuales se conforman bandos. Cuando un proyecto de sociedad no ha asumido la normalidad democrática, los diferentes bandos dirimen sus conflictos en enfrentamientos armados que acaban con la imposición de uno y la desesperanza sin plazo del resto. En la normalidad democrática, el bando ganador -por sufragio- obtiene ”legitimidad de gobierno”. Pero, ¿qué pasa en un sistema parlamentario como el español, donde el Derecho ha establecido un baremo de gobernabilidad? Pues, que la legitimidad de gobierno no significa necesariamente posibilidad o probabilidad de gobierno, con el consiguiente problema de gobernabilidad, al mismo tiempo divertido y dramático, que conoce España desde el 20-D.

Decíamos en el primer párrafo que las reacciones a la ”victoria” del PP se revelan intolerantes y apuntan en la dirección equivocada. Una rápida ojeada comparativa entre el 20-D y 26-J descubrirá un dato nada desdeñable, que emerge con la fuerza de un elemento definitivo y expresivo por sí mismo: La adición de IU y Podemos -ahora Unidos Podemos- ¡ha perdido mas de un millón de votos de un escenario a otro! Se trata de más de un millón de electores de la izquierda social que han preferido la tranquilidad de sus hamacas, la placentera desidia de sus sillones o el paseo contemplativo por las zonas verdes vecinales. Por contra, podemos observar cómo casi medio millón de electores de la derecha social ha retornado al PP, procedente de Ciudadanos.

Santiago Alba Rico advierte que ”...la historia no es siempre más larga que la vida...”, que a veces es hasta ”...más corta que una primavera...”, y concluye que el 26-J supone ”...un fracaso estrepitoso, no en términos numéricos sino políticos e históricos...”. Lo que hemos de preguntarnos es si la izquierda política y social tiene realmente un proyecto, como sí lo tiene la derecha política y social, y lo demuestra con su elevado compromiso y alta fidelidad al voto.

Podemos ver con claridad meridiana en el mapa comparado de resultados cómo ante un momento decisivo, histórico, la derecha social traslada su voto de un punto de la derecha política a otro punto de la derecha política, en una indudable solución de utilidad, mientras que la izquierda social le niega el voto a la izquierda política, provocando una derrota histórica frente a la derecha social y política. ¡Repugnante!


Fuente: Propia

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