Los seres humanos de todos los tiempos nunca han sabido asumir las diferencias, ni vivir con ellas. Sólo unos cuantos: Jesucristo, Gandhi, Luther King y un elenco de Santos han aceptado esta cualidad, característica o circunstancia que es inherente a los seres humanos. Muchos estatutos, códigos, legislaciones, constituciones, convenios promulgan la igualdad. Pero ser diferente es siempre, y hasta nuestro días, una condena, un reproche y hasta una reprensión. Y cuando no se acepta las diferencias se discrimina, de hecho, hasta los más recalcitrantes y voluntariosos defensores de la democracia, igualdad, y tal y tal, son cada vez más intolerantes para aceptar la diferencia, la diversidad.

Por tener una piel no blanca y una nariz respingona, te traspasaban como mercancía, o te hacían un esclavo y te trasportaban en barco, cadenas en las rodillas hasta el nuevo mundo; el océano atlántico es testigo de cuantos cuerpos flotaron en sus aguas. Una realidad que hoy no está nada zanjado ni resuelto. Racistas, xenófobos, segregacionistas y negreros de toda calaña siguen atestando y cargando el universo, coleándose por todas partes, y sus métodos cada día son modernos.

Por si fuera poco, las ideas políticas y religiosas han llevado y siguen llevando a la muerte a millones de personas, sólo por una malsana idea de no querer aceptar las diferencias. No hay país que se libra de este pecado que está tergiversando poderosamente la salud mental y espiritual de muchos. Las diferencias de sexo no quedan exentos de esta culpa. La mujer sigue siendo hoy carne de cañón, donde echar la bilis de la estupidez, desesperación y la ignorancia. Sólo por ser mujer, los problemas se te multiplican; y los maltratadores siguen con la estúpida convicción de que ellos son dueños de sus amantes.

Este escenario de discriminación y falta de aceptación a las diferencias, trasladado al escenario guineano retoma su peculiar sensibilidad. Nadie parece aceptar a nadie, la admiración es inexistente. En mi país no se admira a otro y más todavía cuando este otro está criticando tu idoneidad personal y profesional. Todo lo trasladamos en la intolerancia, en una cuestión personal donde cocinamos un rencor convulsivo.

Curiosamente somos muy simpáticos y encantadores; primero con los no guineanos, después con quien nos da la gana, luego con quien no dice nuestras inmundicias a la cara. Todavía nos matamos por el sencillo hecho de criticar una actuación de la persona. Así elevamos a la categoría de odio y enemistad una simple cuestión política o una mera murmuración social.

Una persona con remordimiento y que no acepta las diferencias, no debería tratar las cuestiones sociales, ni erigirse como político. Porque si lo hace; como persona social que es y como político que se declara, alguien tendrá que hablar de él, y no siempre será para bien. Por que existen personas libres y sin remordimiento que las amenazas les resbalan como una gota de agua sobre una manta de aceite, y dirán siempre lo que piensan mientras no saltan ninguna ley.

Somos todos victimas de críticas, a veces por detalles ociosos e involuntarios como la forma de hablar, vestir, ser, sentir, pensar, el color de la piel, la figura física, la clase social en la que me hacen pertenecer, la religión, el sexo, la política y todo lo demás, pero eso no es motivo para no aceptar la diferencia.

Todo, en Guinea Ecuatorial, es motivo de enfrentamiento y de ruptura; la etnia, la política, el sexo, la religión, hasta la forma de decir las cosas, que no tiene por qué coincidir con otro estilo. Sólo por esa intolerancia que crece como un termómetro y está alcanzo cotas demasiada elevadas, conviene hacer una autocrítica. He tomado distancia en no hablar de esos “políticos” que no gustan que les critiquen, que no aceptan las diferencias, simplemente porque ni son políticos, ni son estas personas sociales que el guineano debe exigir responsabilidad. Son lo que son y lo que dicen ser que esta muy lejos de ser demócratas y personas de referencia social.




Fuente: OP

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