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Editorial

TEODORO OBIANG NGUEMA, O LA INDIGNIDAD NACIONAL


publicado por: REDACCION guinea.net el 28/04/2014 14:44:05 CET


Intervención de Donato NDONGO BIDJOGO en las jornadas:


La UNED y la Educación Superior en Guinea Ecuatorial


UNED, Madrid, 8 Abril 2014

 

 http://www.canal.uned.es/mmobj/index/id/19132


Buenas tardes, señoras y señores, amigos todos:

 

Las poquísimas horas que Teodoro Obiang estuvo en Madrid la semana pasada fueron suficientes para elevar la tensión hasta el paroxismo. Una semana después, aún se habla de ello. Quedó clara, de nuevo, la repulsa de la sociedad española hacia ese tirano corrupto. España, como toda democracia, es país donde cuenta e influye la opinión pública en las decisiones de sus dirigentes. Y creemos que las autoridades -Gobierno, oposición y todos- han tomado buena nota. Por ello es más evidente su relación esquizofrénica con la oligarquía guineana: al final, nadie asume la formalización de su presencia en la Catedral de La Almudena, por lo cual cabe inferir que Obiang les impuso su incómoda presencia autoinvitándose al funeral del presidente Adolfo Suárez, el hombre que realizó el sueño de devolver la libertad y la dignidad a los españoles tras la muerte de Francisco Franco; el mismo Suárez bajo cuyo mandato Obiang se aupó al poder, después de derrocar a su tío, el tirano Francisco Macías; el mismo Suárez que quiso asesorar a Obiang para que hiciera lo mismo en Guinea Ecuatorial, devolviendo la libertad y la dignidad a los guineanos; el mismo Suárez al que Obiang prohibió volver a pisar suelo guineano, amenazando con bombardear su avión si se atrevía a aterrizar... El ostracismo sometido por las autoridades españolas al convidado de piedra expresa por sí mismo la tragedia del reyezuelo tropical, autoproclamado “dictador de normas”: parece que no le saludó nadie, aunque algún malpensante asegure que censuraron las imágenes que recogían los apretones de manos... Las únicas estampas nítidas son: Felipe González pasando a su lado sin mirarle siquiera; Mariano Rajoy huyendo de la foto que tanto perseguía Obiang; el rey D. Juan Carlos apresurándose a desmentir toda influencia suya en la gestión de los honores concedidos a tan incómodo huésped... Si fuésemos malas personas, como Obiang, esos gestos de repulsa nos llenarían de alegría. Pero somos gente buena, y sobre ese sentimiento de legítima  satisfacción por ver reconocidas nuestras razones, prevalece la vergüenza de ver a un compatriota que debiera representarnos a todos, a la actual cabeza visible de nuestro Estado, ser menospreciado por el mundo. Teodoro Obian ya no es símbolo de la dignidad de nuestro Estado. Desde el lunes pasado hasta ahora mismo, los españoles exigen reflexión a sus autoridades y representantes. El vendaval de críticas que suscitó la presencia de Obiang en España o en sus instituciones obliga a encontrar una nueva relación con Guinea Ecuatorial. Imposible continuar en la indefinición permanente, en esta ambivalencia vergonzante. No existen alternativas: O se está con el pueblo guineano ansioso de un cambio profundo tras 46 años de una independencia que no trajo libertad, o se protege a esa dictadura agonizante. Cualquiera de las opciones tendrá consecuencias, y nosotros ya no podemos esperar. La misma diplomacia con que se pretende justificar su incómoda presencia pudo impedir su entrada en La Almudena, como, según recordamos con nitidez, se hizo con Pinochet cuando, tras los funerales de Franco, el dictador chileno se quiso autoinvitar a la coronación del Rey. Obiang pretendió cobijar su mendaz intervención en el Instituto Cervantes de Bruselas bajo el paraguas de La Zarzuela; pero nosotros no podemos creer en la supuesta complicidad sugerida por Obiang cuando, no por casualidad,  el Rey no ha vuelto a pisar suelo guineano desde 1980. ¿Qué más se necesita para dejarle solo? De nuevo queda demostrado cuanto dijimos aquí mismo el 13 de diciembre pasado: los petrodólares no pueden comprar la credibilidad. Cada cual arrastra la estela de su fama, buena o mala, generada por sus propios actos. Si Obiang quiere buena imagen, que cambie; aunque, en mi opinión, es muy tarde. Treinta y cinco años tratando de engañar a todos es demasiado tiempo para un tahúr. 

 

Cuando Obiang declara en Bruselas no comprender las críticas que suscita su presencia, nos está revelando un rasgo importante de su personalidad: ha perdido el sentido de la realidad. Lo cual es una grave patología, sobre todo en un gobernante. Si no entiende por qué no se le quiere, lo normal sería que lo dejara y vaya a meditar sobre ello en su casa. Por eso le invitamos a marcharse, a que deje ya el país en manos de los ciudadanos para que podamos construir nuestro futuro. Un expresidente puede hacer muchas cosas; entre ellas, descansar y disfrutar los bienes acumulados; por el contrario, empecinarse numantinamente en el poder podría acarrear graves perjuicios, en primer lugar para él y los suyos, y también para el conjunto de la sociedad. Por eso es mejor que se vaya. Hoy mejor que mañana. Por ejemplo, Obiang es incapaz de entender que no tiene ningún mérito para hablar sobre la lengua española en África, y si ha comprado -al precio que sea- ese privilegio, tiene el mismo valor que su licenciatura en Derecho, también obtenida sin merecimientos académicos, por lo cual jamás ejercería con éxito ni la abogacía ni ninguna magistratura. Obiang no es filólogo, ni escritor, ni profesor, ni estudioso o difusor de esta lengua en ninguna de sus modalidades. No sabe nada sobre ello. Sólo es presidente del único país hispanófono del continente africano. ¿Y qué ha hecho a lo largo de sus 35 años de mandato? ¿Promociona el español en su país? ¿Se habla más y mejor? ¿Protege a los escritores, fomenta la lectura? ¿Crea bibliotecas y librerías? En definitiva, y para abreviar, ¿qué ha hecho para merecer honores nunca concedidos a personas de acreditada solvencia intelectual?

 

Para responder a tales cuestiones con objetividad, me limitaré a exponer una serie  de hechos y realidades al alcance de todos, para que el público saque la conclusión pertinente. Desde que fuera aupado al poder en agosto de 1979, la actitud general de Obiang ante España y todo lo español se caracteriza por un doble juego, que los ingenuos -seamos  benevolentes- no han sabido calibrar: por un lado, una hostilidad soterrada, basada en un anticolonialismo primario y visceral, más propio de su tío Francisco Macías que de un análisis ponderado y realista de los intereses nacionales de Guinea Ecuatorial. Por otro, simultáneamente, prodiga encendidas loas a su “españolidad”, a menudo cercanas a un entreguismo neocolonial.  Actitud mostrada en diferentes ámbitos, del económico al político, y, por supuesto, en su concepción del papel de  España en la Guinea actual, uno de cuyos ejes es la lengua española. Doblez que retrata los complejos íntimos larvados en su espíritu, impidiéndole mantener relaciones maduras con los antiguos colonizadores. Porque Obiang es incapaz de asumir las profundas transformaciones operadas en España, y sigue considerando que todos los españoles son el teniente Ayala. Así, resulta imposible formular y articular la política coherente que requiere el Estado postcolonial, al carecer de criterios definidos, cuya consecuencia es la desconfianza categórica hacia todo y hacia todos, en primer lugar hacia aquellos compatriotas formados o que vivieron en España; y, por supuesto, hacia  “los blancos”, según dice a diario a través de personas interpuestas en sus medios de comunicación, o en sus discursos en fang. Al recelar de todos porque sospecha que siempre le engañarán, nos muestra su inseguridad íntima, su índole de colonizado que no ha superado sus propios complejos de inferioridad. Mecanismo psicológico bien descrito desde hace mucho tiempo: los interesados pueden leer a Frantz Fanon (Piel negra, máscaras blancas) y Albert Memmi (Retrato del colonizador, seguido del retrato del colonizado).  No tener en cuenta esos rasgos de su personalidad dificulta la comprensión de sus acciones. Y así resulta imposible todo intento de racionalización de la política de Teodoro Obiang Nguema.

        

Lo he dicho en numerosas ocasiones, en los más diversos foros: en África, en Europa, en América. Mi posición con respecto al español en Guinea Ecuatorial nada tiene que ver con España, nación antiquísima, capaz de bucear en sí misma y resolver sus problemas de la manera que estime adecuada. Yo hablo de los intereses de Guinea Ecuatorial, nación de apenas 45 años, y de los guineanos, que no hemos encontrado los mecanismos que articulen la estabilidad de nuestra Patria, que normalice nuestras vidas, que debe asentarse en la solidez de su libertad y equidad, pilares del desarrollo social y cultural. Otros son libres de pensar como quieran -jamás he negado ni negaré a nadie tan sagrado derecho-, pero yo sostengo -está escrito en el prólogo de mi primera Antología de la literatura guineana, publicada en 1984- que la base de nuestra identidad, de nuestra soberanía y de la armónica convivencia entre todas las etnias que componen nuestra sociedad está en conservar y afianzar la lengua española en nuestro país. Si eso coincide con los intereses de España, miel sobre hojuelas; y si los españoles fueran por otro lado, allá ellos. Lo importante es que los guineanos sobrevivamos a todos los cataclismos que nos depare nuestra azarosa existencia, para lo cual debemos tener y consolidar nuestras señas de identidad, nuestra propia personalidad, unos asideros bien definidos, unas raíces profundas que impidan que nuestra Ceiba se agoste. Así lo comprendieron los Padres de la Independencia al consagrar el idioma español como lengua oficial y vehicular del Estado. Identidad que renovamos unánimemente durante el Congreso Internacional Hispánico-Africano de Cultura -del que fui ponente y relator- en Bata, en junio de 1984. Por eso considero peligrosos los bandazos que nos despersonifican, haciendo de Guinea Ecuatorial un país ficticio, un permanente proyecto inconcluso.

 

Cada cual puede opinar según le plazca, insisto; pero, en África, hoy, pese a decenios de retórica panafricanista, de supuesta integración continental, la realidad es ésta: inconcebible que Senegal o Gabón oficialicen el inglés o el portugués; que Angola o Sao Tomé-Príncipe pasen al área lingüística del hispanismo o de la francofonía; que Kenia o Zambia abandonen el inglés para adscribirse al español o al portugués. ¿Por qué nosotros y no otros? Hay que explicarlo y debatirlo. Se trata de un tema primordial, una cuestión de Estado que no puede solventarse de manera oscurantista. La resignación ante el discurso único nos llevó adonde estamos, y es hora de que se nos escuche a todos.

 

Desde los inicios de la década de los ochenta del siglo pasado, poco después de constituirse en poder establecido, quedó claro para algunos -y así lo dijimos, aunque nadie nos escuchó- que Obiang se echaba en brazos  de Francia. Lo disfrazaron con argumentos economicistas, el principal de los cuales fue la convertibilidad de la moneda heredada de la primera dictadura, el ekuele. Otro disfraz fue la integración regional en el seno de la Unión Aduanera y Económica de los Estados del África Central, la UDEAC. La apariencia razonable de tales propósitos limitó el necesario análisis y camufló las intenciones verdaderas. En la reunión de la UDEAC celebrada en Yaúnde, Camerún, en diciembre de 1982, quedó claro que Guinea Ecuatorial emprendía la senda hacia la Francofonía, pues, junto a las motivaciones económicas, aparecían tímidas formulaciones sobre el idioma hegemónico en la subregión. No sé si lo recuerda Anacleto Oló Mibuy -o si,  recordándolo, estará dispuesto a testificar la verdad-, pero recibimos una avalancha de presiones los redactores de las Resoluciones del Congreso de Bata, por parte de los responsables del Centro Cultural Francés. Deseaban alterar nuestra definición de Guinea Ecuatorial como “país hispánico de estirpe bantú”. Presiones que comunicamos a la delegación oficial española, presidida por el embajador Eduardo Garrigues, e integrada, entre otros, por Raimundo Ezquerra. No nos hicieron caso. Pero alcanzamos a plasmar nuestro empeño, y así quedó consagrado, gracias, sobre todo, al esfuerzo de Leandro Mbomío, ministro de Cultura, y otros integrantes del Comité Científico organizador del Congreso, como Constantino Ocha´a y Anselmo Nsue Eworo, ya fallecidos, por desgracia. Hoy puedo afirmar que también contamos con el inestimable apoyo de otros ilustres congresistas, como el jesuita, filósofo y teólogo camerunés Engelbert Mveng y el colombiano Manuel Zapata Olivella. Otros guineanos -cuyos nombres conozco- actuaban de zapadores de los intereses franceses.

 

En 1985 el franco CFA pasó a ser moneda oficial, y, claro, gran parte de la actividad económica del país cayó en manos de empresas francesas. Cuando llegué a Malabo en octubre de 1985 para ser director adjunto del Centro Cultural Hispano-Guineano, mi primera constatación fue el profundo desánimo que cundía en la representación española. Mi labor fue recibida con hostilidad poco disimulada tanto por el Gobierno de Guinea Ecuatorial como por la Embajada de Francia y el Centro Cultural francés. Puedo apelar a testimonios relevantes. Se hizo lo imposible por cercenar aquella labor de promoción cultural, sobre todo mi empeño en construir la literatura escrita en mi país. Pero soy un corredor de fondo, y no me arredré. Esa malquerencia -alimentada, además, por mi firmeza en no colaborar con la dictadura pese a los cantos de sirena- se manifestó en diversas ocasiones: de modo singular, con la publicación del primer número de la revista “África 2000” -¿se acordará Agustín Nze Nfumu?- y cuando organizamos el Concurso de la Canción Hispana, que sirvió, por cierto, para promocionar a cantantes como “Las Hijas del Sol” (entonces se llamaban “Paloma y Piruchi”), David Bass y Muana Sinepi. Entre otros. Me libré por poco de ser torturado por “Adji-Naná” y compañeros. Recibía constantes mensajes, transmitidos por Consejeros Presidenciales, de cambiar de orientación mi labor en el Centro. En definitiva, resistí todas las presiones y superé todos los sabotajes de nuestras actividades, así como todas las calumnias e intentos de destitución. En su honor, debo reconocer  el constante aliento de Leandro Mbomío, ministro de Cultura, así como el apoyo de Fernando Riquelme, Director General de la Agencia Española de Cooperación Internacional, y de los embajadores Antonio Núñez García-Saúco y Manuel Alabart  Fernández-Cavada.

 

En 1989, sin publicidad ni previa discusión, Obiang firmó la adhesión del país a la Francofonía. Lo demás es conocido: en 1998 el parlamento monocolor declaró el francés “lengua cooficial”. En julio de 2007, se adoptó también la cooficialidad del portugués,  y Guinea Ecuatorial ha pasado a ser miembro de pleno derecho de la Asociación de países lusófonos. Somos, pues, el único país del mundo que, sin tener una tradición que lo avale, posee tres lenguas oficiales de origen europeo. Porque hay que destacar que muy pocos guineanos hablan francés -salvo los que allí estudiaron y aquellos emigrantes que malvivieron en Gabón y Camerún- y son todavía menos quienes chapurrean el portugués. La conclusión es obvia: el presidente Obiang intenta debilitar el español en Guinea Ecuatorial por todos los medios. Sus tres décadas y media de desgobierno se caracterizan por esa constante: borrar todo vestigio de presencia hispánica. Hasta los monumentos históricos son derribados, como el llamado Palacio del Pueblo, antigua residencia de los gobernadores coloniales y del primer presidente del país. El casco antiguo de Malabo ha sido aniquilado, y tenemos noticias de que presiona a la jerarquía eclesiástica para derribar la catedral. Al mismo tiempo, su Gobierno hace cuanto puede por disminuir la lengua española: la alfabetización es ralentizada, no existen bibliotecas ni librerías, ni medios de comunicación escritos, ni cines, ni teatros; se cercena todo intento de promoción de la enseñanza en español, como los propuestos por la     Cooperación Española con el nombramiento de Esteban Esono como jefe de estudios del Instituto Rey Malabo; se restringe de mil modos la formación de guineanos en España; si fuera posible, Obiang prohibiría el uso de la lengua española en el país, como hizo el régimen de Macías, del que fue colaborador destacadísimo.

 

Una prueba más de ello son los constantes obstáculos para la creación de la Academia correspondiente de la Lengua Española, recomendada por el Congreso Internacional de Bata, al ser Guinea Ecuatorial el único país hispánico carente de ella. Empeño que me empeciné en recordar mil veces  al Gobierno, pues abordé muchas veces el tema con Leandro Mbomío, ministro de Cultura, con Constantino Ocha´a, presidente del CICTE y consejero presidencial, así como con Juan Balboa Boneke, también consejero de Obiang. Otras personas aún vivas no me dejarán mentir. Pero su respuesta fue siempre la misma: las reticencias del “jefe”. Vean los desmemoriados el número 2/3 de la revista “África 2000”, de 1987, que contiene mi editorial titulado “Lengua e identidad”; en 1992 seguía insistiendo: mi editorial del número 16 lleva como titular “Una Academia para Guinea Ecuatorial”. El apaño que hicieron con el ministro Miguel Ángel Moratinos y la Real Academia de la Lengua Española no satisface ni las aspiraciones ni las necesidades de la sociedad guineana. Porque los “académicos” escogidos ni reúnen las condiciones idóneas, ni pueden realizar ningún trabajo digno. Sigue siendo, pues, una “asignatura pendiente”. Ante estas realidades, que me limito a esbozar, afirmo que, pese al empeño del señor presidente, Guinea Ecuatorial no será Filipinas;  los guineanos queremos seguir siendo guineanos, y la lengua oficial es un símbolo de soberanía tan importante como la bandera, el escudo o el himno nacional. Quizás a algunos no les importen, pero a la inmensa mayoría sí nos importan. Lucharemos por ellos con todas nuestras fuerzas, siempre desde la racionalidad.

 

La presencia de Obiang en España y en el Cervantes de Bruselas forma parte de esa “operación de lavado de imagen” diseñada por sus aduladores, ese “lobby” que pesca en las turbias aguas de la tiranía. Pero, como dije aquí hace cuatro meses, esas acciones propagandísticas siempre se le volverán en contra mientras no haga lo único que debe hacer: hacer las cosas bien. Por ello estoy obligado a abordar recientes acontecimientos relevantes concebidos con tal propósito, cuya cronología podemos resumir:

             

      El 16 de Febrero de 2012, la Comisión Ejecutiva Provisional del Partido del Progreso, que tengo el honor de presidir desde el 12 de Enero anterior, se entrevistó con el Embajador de Guinea Ecuatorial en Madrid para que hiciera llegar al Gobierno documentos sobre el cambio operado en esta formación política, en los cuales se manifestaba nuestra firme determinación de regresar al país; nuestras acciones inmediatas e irrenunciables se formulaban en los siguientes puntos programáticos:

 

1)               Legalización de nuestro Partido y de todos los partidos, sindicatos, asociaciones profesionales y estudiantiles, con el fin  de “ampliar y profundizar el ejercicio de las libertades en nuestro país”.

 

2)               Una amnistía general “que permita la excarcelación de todos los presos políticos y de conciencia, así como el regreso a Guinea Ecuatorial de todos los exiliados y demás expatriados que lo deseen”.

 

3)               Exigir al Gobierno una Ley con rango constitucional para la abolición de la pena capital, hoy sometida a la discrecionalidad del Jefe del Estado. “La experiencia de más de cuatro décadas de Independencia nos ilustra sobre el abuso con el que se ha ejercido dicha potestad”.

 

4)               Propiciar un clima que distienda el ambiente político, como exigencia previa a la normalización. Ello debe llevar el fin de la impunidad, de la arbitrariedad, de la tortura, de los juicios sin garantías jurídicas y procesales ni posibilidad de apelación; y, en general -decíamos en febrero de 2012- de todos los actos que desde el poder cercenan o impiden a los ciudadanos el libre ejercicio de sus derechos.

 

5)               Apertura de negociaciones entre el poder constituido y la oposición democrática, para confeccionar un calendario preciso y creíble para la ordenada transición del régimen totalitario actual a una democracia participativa plena.

      

 

Documentos entregados en mano al embajador en su despacho, pero  dirigidos al viceprimer ministro y ministro del Interior, con copia para el Presidente de la República, el primer ministro y el propio embajador. No obtuvimos jamás una respuesta oficial. La reacción del Gobierno fue intentar comprarnos y disuadirnos con dinero y cargos; nuestra negativa provocó insultos y amenazas. Lejos de amilanarnos, reiteramos nuestra propuesta en carta dirigida al Presidente Obiang, fechada el 17 de Mayo de 2012, y también entregada en mano al embajador para su tramitación. A los pocos días era cesado el embajador, por “connivencia con la oposición”, según supimos. Redoblaron su hostilidad contra nosotros a través de su poderoso “lobby” en España, cuyos detalles se conocerán cuando proceda. Paralelamente, prosiguieron los intentos de soborno, propalando falsedades y rumores interesados, y proponiéndonos cargos y dinero. El resultado es bien conocido, puesto que estamos sentados aquí hoy. Estos son los antecedentes de cuanto vino después.

 

Los intentos de legitimarse, de lavar su imagen exterior, de esquivar el calvario judicial de su primogénito y de colocarle como sucesor llevaron a Obiang a idear acciones pomposas, como la actuación de Julio Iglesias en Sipopo y la invitación a “La Roja”. Dijimos, en voz alta y en voz baja, que nada de eso serviría para acallar los deseos de cambio. Al cumplirse con plenitud nuestro diagnóstico, y ante el colapso de la situación política, Obiang inició su actual deriva hacia un simulacro de cambio concebido para que nada cambie. Los datos más relevantes de esta trampa saducea son la engañosa abolición de la pena de muerte, previo fusilamiento de todos los reos, producida a finales de enero pasado; y la concertación entre el poder constituido y sus satélites para declararse “abiertos al diálogo”, producida a finales de Febrero. Condicionaron dicho “diálogo” al regreso de todos al país, y a la aceptación del ordenamiento legal vigente. Nuestra postura es clara: somos guineanos en el exilio, y el exilio no es voluntario, sino consecuencia de la brutalidad con la que Obiang ejerce el poder. Por lo que nada nos retiene aquí, y estamos dispuestos a regresar a nuestro país, según quedó expresado. Como también estamos dispuestos a  respetar las leyes de nuestro país, siempre que las cumplamos todos, empezando por el propio Gobierno y los partidos que, de cerca o de lejos, le apoyan. Lo demás sería un “trágala”, y, a estas alturas de nuestra vida, no vamos a comulgar con ruedas de molino. Que Obiang Nguema empiece a cumplir sus propias leyes, y todos los ciudadanos las cumpliremos.        

 

Así desembocamos al día de hoy. El 22 de marzo pasado, la plana mayor de Convergencia para la Democracia Social (CPDS), firmante del documento-trampa del 14 de Febrero, se desplazó a Madrid para “debatir” “todas las acciones necesarias para la unión y la acción conjunta de toda la Oposición real al régimen en torno a un mismo proyecto democratizador”, según el texto de la carta-convocatoria que obra en nuestro poder. Nosotros expresamos nuestra postura: la eficacia necesaria para ese proceso requiere una previa concertación de los métodos y de los fines, y no se puede hacer con prisas injustificadas. Unirse por unirse no conduce a nada, lo cual, en política, significa fracaso. Y nuestra sociedad no quiere fracasos, sino soluciones que asienten la estabilidad, sobre las bases de la libertad y el desarrollo, garantizando los derechos de todos en un clima de equidad. Por desgracia, acertamos de nuevo. Porque el llamado “Manifiesto de Madrid” no ha sido un éxito, como se quiere presentar. No se dan las condiciones para ese “diálogo nacional incluyente”, puesto que, en la práctica, todo queda en manos de la tiranía; y no es precisamente una buena señal que la principal petición sea que el dictador les resuelva la vida durante un año. Por éstas y otras razones, no nos sumamos ni nos sumaremos a una operación destinada únicamente a lavarle la cara a un señor que se empeña en ensuciársela cada día; si quiere lavar su imagen, sabe lo que tiene que hacer, puesto que muchos guineanos y no guineanos se lo hemos dicho miles de veces a lo largo de 35 años. 

 

Vamos a regresar a Guinea Ecuatorial, porque es nuestro país y allí debe desarrollarse nuestra vida familiar, social, económica, profesional y política. Vamos a regresar a nuestra Patria para poner nuestro grano de arena para que salgamos del erial. Vamos a regresar a nuestro país para unirnos a la tarea de construir un edificio nacional sólido cuyos cimientos no se tambaleen cada década. Vamos a regresar a Guinea Ecuatorial para recuperar nuestra dignidad. Podemos negociar con cualquier guineano, puesto que no somos maniqueos, y fuimos nosotros quienes propusimos e iniciamos el diálogo. Pero, llegados aquí, el único punto a negociar es el calendario electoral. Obiang debe asumir la realidad e irse, por su bien y el de todos. Si su hijo quiere ser presidente, tiene todo derecho a serlo, como cualquier otro ciudadano. Que su partido le coloque como candidato y compita en unos comicios limpios con los demás candidatos. Si el pueblo le elige, permaneceremos en la oposición, pero acataremos los resultados.  Que otros se comprometan a hacer lo mismo si gana cualquier otro rival.  Todo lo demás carece de sentido, y, como tal, es inaceptable en una República como es Guinea Ecuatorial.

 

Invitamos a cualquier no guineano a mantener una estricta neutralidad. Guinea Ecuatorial tiene los recursos humanos y financieros suficientes para pilotar su propio proceso, sin injerencias de nadie. Si necesitásemos ayuda o asesoramiento, lo solicitaremos de manera transparente. Nuestros amigos extranjeros pueden aconsejarnos, pero somos libres de aceptar o rechazar esos consejos, en función de nuestros propios intereses. Podemos garantizar la estabilidad de nuestro futuro, puesto que somos mayores de edad y personas responsables. Por favor, no se equivoquen de nuevo: la voluntad de nuestros amigos jamás podrá suplir la voluntad de nuestros compatriotas. 

 

 Muchas gracias.




Fuente: Donato NDINGO BIDJOGO

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El contenido de los artículos publicados no refleja necesariamente la opinión de la redacción de guinea-ecuatorial.net
Véase también la declaración sobre el uso de seudónimos

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