Bata, 18 de Febrero de 2015.-

Fue Max Liniger Goumaz el que creó la palabra democratura, para referirse a los regímenes dictatoriales que se presentaban con apariencia de democracia. Y como paradigma de la democratura, situó a la actual Guinea Ecuatorial, uno de los países mejor estudiados por el profesor suizo.

La mayor parte de las leyes confieren a Guinea cierta apariencia de democracia, otorgando garantías teóricas al ciudadano. Sin embargo la dictadura es la situación real reinante en el país, una dictadura muy dura que hace estragos en los guineanos. He tenido ocasión de comprobar en mi propia carne esa dictadura al querer hacer uso del derecho a la libertad de opinión y de expresión que el artículo 13.1 de la constitución de Obiang Nguema otorga a los ciudadanos guineanos. Mi detención confirma que Guinea es una democratura. Hay elecciones, hay garantías y derechos reconocidos en leyes, pero la Guinea de Obiang es una de las dictaduras más horrendas existentes actualmente. Las elecciones son un fraude y los derechos y garantías reales brillan por su ausencia.

Todos saben que las leyes en Guinea no se cumplen y que a la apariencia de democracia se superpone una cruda realidad de tiranía.

Ante esta situación contradictoria, cabe preguntarse por qué se ha construido la democratura en Guinea. Hubiera bastado, por coherencia, hacer lo de Franco: definir que Guinea es una no-democracia y todos sabrían cuáles son las reglas de juego.

La democratura en Guinea ha sido creada por el dictador en parte porque los organismos internacionales miden la situación de los países a partir del marco legal existente, en la suposición de que las leyes conforman la realidad social y política del país. En consecuencia, al menos sobre el papel, países como Guinea exhibirían unos índices internacionales de democracia y de apertura elevados. Además Obiang Nguema, el dictador guineano, es un maniático de las apariencias y del engaño y fue uno de los primeros en abrazar con honda satisfacción el modelo de la democratura. Los organismos internacionales se olvidaron de incluir índices de cumplimiento de leyes como correctores de sus índices erróneos de democracia.

El engaño, que ya no se sostiene después de mucho tiempo, consistía en tener un marco legal homologable a un país democrático, mientras la realidad era la de una cruenta tiranía. Cuando dejó de funcionar el engaño, el dictador recurrió a comprar al grupo de países africanos ante organismos internacionales y a los partidos y políticos occidentales. Y así ha conseguido que el consejo de Naciones Unidas para los Derechos Humanos deje de vigilar Guinea y la prensa, especialmente la española, haga la vista gorda.

Las elecciones en esta falsa democracia constituyen en realidad una oportunidad para domesticar más a los guineanos, haciéndoles ver que el dictador sigue dispuesto a seguir en el poder, a cualquier precio. Las demostraciones de fuerza y las fanfarrias del partido único del dictador durante las elecciones son un escenario barroco de estruendo dictatorial.

La base de la dictadura de Obiang es la arbitrariedad y el miedo. El sistema dictatorial viola las leyes y las decisiones se toman de forma arbitraria, como algo consustancial. No hay reglas a pesar de las normas escritas. Para crear el miedo y el terror entre la población, la dictadura utiliza las detenciones arbitrarias, los asesinatos, el uso desproporcionado de la fuerza, los controles militares en las carreteras y aeropuertos, las torturas, las amenazas a los familiares de los opositores y el despido de sus puestos de trabajo, privados o públicos, de los que muestran algún signo de disidencia.

Mientras la constitución y las leyes guineanas amparan la libertad de expresión, el miedo hace que las personas no hagan uso de ese derecho. Y cuando algunos no tenemos miedo y decidimos usar ese derecho, la policía y los somatenes del dictador se encargan de cometer arbitrariedades contra nosotros, deteniéndonos de forma ilegal y manteniéndonos en la comisaría más de las 72 horas que la ley guineana permite a la policía. Todo en la impunidad.

Se me detuvo para hacerme saber que no existe la libertad de expresión como nuestras leyes dicen, sino la voluntad de un señor, el dictador, que en cualquier momento decide lo que le viene en gana y eso en ese momento se convierte en ley. Así lo dijo uno de los somatenes que me detuvieron: "lo que dice nuestro jefe de Estado es Ley. Y si estás en contra de eso, violas la Ley". Mejor no se puede definir la dictadura.

Esas palabras proceden de unas personas sin formación, es cierto. Pero también reflejan el pensamiento del propio dictador, que desprecia olímpicamente lo escrito y la disciplina de las leyes. Junto al dictador, un grupo de iletrados, encabezados por el ministro Lucas Nguema Esono, militan en esa facción violenta, rancia y criminal de la dictadura. Los más jóvenes del equipo dictatorial, especialmente los formados, no comparten esos pensamientos y actitudes, si bien desean mantener los privilegios y el fruto del expolio de las riquezas del país. Constituyen la mayoría pero no tienen mucho poder o no quieren arriesgarse a disentir.

La libertad de expresión, de opinión y de información son derechos que deben ser amparados en Guinea. Si los somatenes del dictador y su policía siguen deteniendo a los que hacemos uso de este derecho, habrá que dar un paso más de desafío a la dictadura. Eso nos llevará a la cárcel posiblemente, pero no hay otra salida. No podemos renunciar a derechos básicos. La suerte está echada.