En estos momentos, a Obiang le asaltan varias preguntas, varias dudas,
pero, rodeado de inútiles y aduladores, no sabe a quién acudir.
Obiang está viviendo un momento en el que la realidad guineana se ha
vuelto como eso que los fang-beti llaman "ebóokulsem". Simboliza la rata
que se pudre en plena selva y representa la desgracia para quien la
descubre. Porque, si la deja en el bosque, mal; si la trae a casa, peor.
Pero Obiang reconoce, ya tardío,
que es una situación que él mismo ha elegido. Tiempo como para haber
pasado a la historia como el gran presidente que democratizó el país, ha
tenido. Pero ha preferido ser vituperado para siempre en nuestra
historia.
Qué hago, se pregunta:
1. Comunico al Pueblo de Guinea
Ecuatorial y a la Comunidad internacional que convoco unas elecciones
libres, democráticas y transparentes --es decir, me lío la manta a la
cabeza, aunque después Koo me eche de casa-- y pierdo el poder, pero
conservo lo esencial, o.
2. Convoco elecciones, monto mi verbena,
con luces artificiales, fanfarrias y comparsas, todo a mi imagen y
semejanza, las gano de calle, y, entonces, esta bomba sin espoleta,
llamada Pueblo guineano, cansado de tanta burla, me estalla entre las
piernas, perdiéndolo todo.
Obiang, cuco y acomplejado, sabe que,
tanto el Pueblo guineano como la Comunidad internacional, esperan que
haga lo primero. Sabe que es la solución ideal, puesto que permite
salvar unos muebles.
Pero, amigo, quien nace lechón muere cochino,
aún duda. De ahí las piruetas como el censo ilegal y todo lo que hará de
aquí hasta las elecciones para blanquear el sepulcro.
Fuente: Francisco Ela Abeme