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Editorial

LA TORMENTA


publicado por: Celestino Okenve el 08/04/2016 5:06:03 CET


Eran las diez de la mañana en Beayob. Un sonido grave y profundo salió de la selva, mientras el día oscurecía. Una nubes negras se movían como presas de locura a un lado y otro avanzando así en tropel hacia el pueblo. Detrás del sonido ronco y grave vi tambalearse a los grandes árboles. Se mecían, unos, como juncos, otros se resquebrajaron y otros rompieron sus raíces y cayeron con estruendo. Y entonces comprendí que se trataba de una tormenta que se acercaba al pueblo. Okos, gritaron cerca de mí. Yo iba en ese momento a recoger las hojas del contrití, el “limon grass”, para preparar mi desayuno de la mañana, pero tuve que volver a casa a buscar refugio. Gambu, el perrito, ladró contra el viento ululante y los dos entramos en casa.

Enseguida llegó la tormenta y las casas empezaron a vibrar. La lluvia vino después del viento huracanado, sus aguas caía con rabia. No hubo truenos ni rayos mientras pasó el ciclón.

Hacía tiempo que no había visto llover con tanta intensidad. En mi memoria se habían perdido los recuerdos de las tormentas tropicales tras 45 años viviendo en Madrid. Y me dispuse a contemplar el espectáculo.

La casa de una de las vecinas perdió su techo. Era lo que aquí llaman cocina. Los que se encontraban en su interior buscaron refugio en la casa grande que se halla delante y asoma a la carretera. El techo, mientras volaba saltando sobre una casa, iba girando como si saliera de la mano de un hercúleo lanzador de disco.

Las gotas de lluvia al caer seguían la dirección azarosa del viento, dibujando estelas en la tormenta. A veces, antes de caer al suelo, las estelas formaban remolinos y se volvían en dirección contraria al viento en altura. Un espectáculo sorprendente.

Después desapareció el viento mezclado con la lluvia rabiosa y se instaló una llovizna durante horas.  El cielo dejó su color oscuro y enojado y se tornó blanquecino y triste.

El sol hacía tiempo que había desaparecido desde el amanecer en que estuvo esplendoroso. Esto hizo pensar por la mañana a muchos que no iba a llover, Entre las personas que así pensaron, se hallaba mi madre, que con sus 83 años había salido al huerto que tiene en nkoo. Ahí le cogió la tormenta, a la que hizo frente situándose lejos de los árboles, en medio del sembrado de cacahuete, acurrucada junto a un tocón enorme y protegida con un paraguas.

A ras del suelo, en la calva del bosque que era la plantación de cacahuete, el viento es menos recio y permite al paraguas mantener su integridad, haciendo su función protectora. Y así, inexplicablemente, no se mojó mi madre. Pero yo todo eso no lo sabía. Me la imaginaba muy mojada y buscando refugio en la espesura. Ella no necesitaba salir al bosque y la habíamos dicho en varias ocasiones que ya no tenía edad para cargar el cesto grande a la espalda para acarrear leña o frutos. Su cocina era de gas y tenía recursos para comprar los alimentos que quisiera. Pero ella no hacía caso a sus hijos. Algún día la encontraremos muerta en los senderos de sus huertos en medio del bosque, pensaba yo obsesionado.

La tormenta venía del noreste y antes de llegar al pueblo pasó por Ebibeyin, donde hizo estragos. En su avance demoníaco hacia el suroeste, acabó con la vida de una mujer que se refugió bajo un árbol traicionero, que cedió al furor del viento aplastando a la pobre campesina fang. Todo eso lo supimos un día más tarde, de boca de viajeros procedentes de la costa. Más techos fueron arrancados por el vendaval, techos de metal y no de nipa, lo que evidenciaba la fuerza de sus vientos.

Todos maldijeron al feroz meteoro, al que calificaron de demoníaco. La tormenta tenía que haber sucedido el viernes santo, cuando muere Jesucristo y su padre se enfurece contra sus verdugos. Así suele suceder aquí. Pero esta tormenta llega una semana más tarde, cuando el muerto ya está resucitado, por lo que tiene que ser obra del diablo. Así decía la gente por el pueblo, todos convencidos y preocupados por el mal augurio que aquello significaba. Aquí hay tres verdades absolutas: la dictadura que nos asola, lo que predican curas y pastores y los fenómenos de la brujería. Los pueblos siguen instalados en la prerracionalidad  y yo estoy aquí cual gota de aceite en medio del océano de agua, por ahora.

Celestino Nvo Okenve Ndo


Fuente: propia

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Véase también la declaración sobre el uso de seudónimos

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