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Editorial

Regreso a Guinea en vuelo de Iberia


publicado por: Celestino Okenve el 17/07/2003 13:50:54 CET

El Boeing 767 de Iberia llevaba 20 minutos descendiendo desde gran altura. Abajo se asomaba entre nubes el verde infinito de la floresta tropical.
La nave viró profundamente a la derecha mientras seguía descendiendo y las nubes de algodón salían a su encuentro en tropel. Ahora era el verdiazul oscuro del mar que se asomaba tras los cúmulus, resquebrajada aquí y allá en cientos de diminutas estelas blancas.

Siguiendo mentalmente la ruta prevista, imaginé que habíamos cruzado Duala y seguiamos rumbo 261 hacia el VOR de Malabo por la aerovía B737, para establecer a 4000 pies de altura. En ese momento, a la izquierda y sobre las nubes de algodón,
apareció majestuosa la gran montaña y mi corazón comenzó a latir más deprisa.

Llevaba 21 años sin contemplar la majestuosidad del pico Basilé, 21 años
apartado por la soldadesca que decían gobernaban la tierra que me vió
nacer. Mil recuerdos se apelotonaban en mi cerebro esperando a ser procesados, mientras mis ojos buscaban afanosamente bajo las nubes, ahora grises, mis referencias de la infancia: Basakato, Baney, Rebola...

Otro viraje a la derecha y supe que estabamos haciendo el arco de 12
millas para situarnos en la prolongación del eje de la pista 23 de Malabo. Continuamos descendiendo mientras aumentaba el régimen de los motores. Los flaps se hallaban bajados a la mitad de su recorrido. De sus fisuras y de las comisuras de los alerones desprendíanse estelas blancas, aire humedo que sometido a la presión de las alas, se
condensaba y ululando, lo abandonaba por su borde de salida.

Al terminar de perforar la última capa de nimbus, apareció a la izquierda Fernando Poo, la perla verde, la isla bonita, que reposaba tranquila sobre las aguas con todo su esplendor. Ahora lo habían rebautizado Bioko.

El 767 frenó su descenso, estábamos a 2500 pies.
Un último viraje pronunciado a la izquierda y el ruido ensordecedor del tren saliendo de su descanso me puso en alerta. Estábamos cruzando el punto imaginario AMPUS e iniciando la aproximación final. Repasé el manual del respaldo para conocer las puertas de emergencia y me aseguré que llevaba abrochado el cinturón de seguridad.

Los flaps fueron bajados una vez más hasta la última posición y el avión se encabritó ligeramente. Después comenzó a descender mientras todo comenzaba a vibrar y la ligera turbulencia mecía la nave sin
estridencias. Estábamos en aproximación final corta al aérodromo FGSL y a la derecha una nueva ciudad en construcción anárquica me señalaba que algo nuevo se había hecho desde mi salida de esta isla, hace ahora 21 años. Luego supe que la miniciudad formaba parte del complejo de las petroleras americanas, establecidas ahí por la venta ilegal de la finca Cacahual hecha por el jefe de la soldadesca.

A medida que descendiamos los árboles fueron haciendose más grandes y pude distinguir al primer isleño. Blandía un machete en la mano y vestía andrajosamente, a la usanza de los nigerianos cuando iban a sulfatar hace 30 años. Sospeché que poco había cambiado para los guineanos.

Finalmente las ruedas centrales del avión tocaron el suelo. Casi al instante salieron los spoilers y los frenos aerodinámicos mientras los motores a pleno gas enviaban el chorro hacia adelante para ayudar la frenada. El silencio tras la toma era escalofriante y no parecía que hubiese vida en el aeropuerto. El avión tuvo que girar y volver sobre sus pasos. En 30 años no habían hecho una pista de rodadura paralela a la pista principal y la torre de control estaba a punto de ser tragada por la maleza.


Ahora estoy escuchando el mismo relato de mi experiencia de boca de mi hija Moyong. Acaba de regresar de Guinea donde ha estado 15 días.
”Cuando se llega, la magnificencia de la isla y el verde te llenan de esperanza y de alegría. Pero cuando se toca el suelo y se busca el cobijo del sol en el destarlado edificio que sirve como terminal, se te cae el alma a los suelos. Y cuando se llega a la ciudad de Malabo, la antigua Santa Isabel, la sensación es peor. Malabo es una ciudad muy sucia y que huele muy mal. Qué pena”.

Hubo un tiempo en que Santa Isabel era la la ciudad más limpia y bonita del Golfo de Guinea. Ahora está invadida por bárbaros armados que beben el petróleo, torturan a los disidentes y disparan sobre los cooperantes españoles.

Nvo e´Zang Okenve

Fuente: Propia

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Véase también la declaración sobre el uso de seudónimos

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