PEDRO NOLASCO. GUARDAMAR DEL SEGURA, 07.03.04
En este tan esperado día anunciado por las Sagradas Escrituras, asistiremos impacientes al jucio de entre los vivos y los difuntos. O, sea, la muerte no puede ser excusa de los descaros cometidos en este mundo. Tanto allí, en el mundo de los difuntos, como aquí, en el mundo de los vivos, todo sigue siendo una mera transición, la transición al reino de la gloria, que sólo llegará después del juicio final. En él no entrarán los dictadores, sicarios ni infieles, que serán calcinados eternamente por Lucifer. Pero Dios es inifinitamente bueno, igual los justos sigan pagando por los pecadores. Que Nguema Eyi descanse en paz, que ahora sí que la ha encontrado y no la que creía que le garantizaba la caduca demagogia de “gracias a la paz reinante”, de quien en defintiva ha terminado sacrificándolo para alimentar sus instintos caníbales. Nadie clama por su alma al cielo, y todos creen que es un problema menos en ésta nuestra valle de lágrimas. Si los muertos tuvieran fuerza, el difunto Eyí si que liberaría a Guinea Ecuatorial de las garras de ‘Nze Ebere Ekum’, para demostrar que no fue tan malo como se le juzga, sino cumplía órdenes, órdenes que, de la misma forma que las cumplía, otros también las han cumplido para entregar su alma al diablo. Que Dios le perdone y que nos aguarde en el purgatorio, mientras esperamos la gloriosa venida del Señor, en ‘seculu seculurum’. “Roma no paga a los traidores”.
La muerte de cualquier ser humano siempre duele, que al final todos acabarán llorando igual cuando se vaya el déspota de Malabo, como hoy lo hacen de Macías y los que no, pues lo harán sus mujeres, a las que ha conocido, dicen, en traje de adan y eva. ¿Fin de cita?
Sin ánimos de ofender, que también lo merece allá donde se encuentra su inarrepentido alma, resulta llamativo y hasta puede considerarse como la más desdicha del mundo, que la muerte de un ser, se supone querido como el resto de los mortales, sea recibido con tanta placidez como se registra en esos días en la comunidad negroafricana de Guinea Ecuatorial, nada más concer el trance del comisario Diosdado Nguema Eyi. Las razones, ni cabe relatarlas, porque son de sobra conocidas hasta por los propios latifundistas del ‘nguemismo’.
¿Qué se tiene de él como hijo de este país que fue? . Sencillo, cicatrices por sus azotes y pistoletazos, de la paliza, tortura, de la manía, del odio visceral aun contra los que comulgaban con la marravillosa manera que Obiang les ha enseñado a interpretar la convivencia patriótica; en defntiva, de crímenes de lesa humanidad. Son los únicos recuerdos que se tiene de persona tan joven que promotió irse con el dedo apretando en el gatillo y apuntando a los enemigos de la patria. Todos queremos morir en defensa de nuestros ideales y principios, que así lo ha hecho Diosdado Nguema Eyí, fallecido o asesinado, mientras ejercía lo que más le gustaba y por cuya causa supo entregar su alma con absoluta dedicación.
Las circunstancias, por cierto extrañas, en las que la muerte le encuentra, parecen no suscitar ningún interés en los observadores, si bien es uno más de los que nos ‘abandonan’ con la inmensa carga de una dictadura en pleno ‘esplendor’ represivo.
Solamente uno más, pero no uno cualquiera. Quién más, si no unos cuántos, que lo han disfrutado de todo en el régimen sanguinario que nos martiriza. Nguema Eyí era, hasta la fecha, uno de los hombres más temibles de Guinea, el más majo y el más mujeriego, el torturador sonriente, el que más coches y pistolas tenía y lucía. Que los lectores añadan los demás atributos que en gana quisieran para una persona que había consagrado toda su sabiduría en defensa de un sistema tan nefasto e inhumano como el de ‘chicote’ “Abayak”, de Akuakam Esangui (oyem, Gabón).
Las circunstancias en que perece son las que deberían servir de inyección moral a los demás que quedan. Estos que no creen en ningún valor ajeno a las salvajadas del ‘nguemismo’. Se olvidan del más allá e ignoran que quizás no sean ellos mismos sino sus legítimos descendientes quienes, en última estancia, paqguen por sus atrocidades, como nosotros las estamos pagando ahora simplemente porque nuestros antepasados votaron a Macías como presidente de la República.
Ningún hombre puede ser perfecto, pero la búsqueda de la perfectibilidad debe estar en el centro de nuestras aspiraciones y máxime de los ‘hombres de Estado’, de estos que se hacen llamar personalidades de la vida pública. Pero el comportamiento de los guardianes de Malabo no se asemeja a un imperio dominado por mortales sobre mortales, sino por dinosaurios que creen que llegado el momento se burlarán de la fecha y mantendrán importunados a la ‘especie’ guineana hasta el día del juicio final.
Esta sin razón de esos simios, que ahora hacemos relucir con las reacciones que ha tenido ante la opinión pública la muerte del Comisario Diosdado, se espera que sirva como lección, digno de aprender de memoria, a otros criminales que deambulan en el país en defensa del diabolismo implantado por Teodoro Obiang Nguema y con el que han identificado hasta las narices buena parte de los hijos de Mongomo, su feudo. ‘Tenso tenso’, Cayo Ondó (kooko), Elías Nguema Ebang (Elías bombero), Ondó Nkum (siete vidas), Nguema Mbá (el memo), Nkoke, y otros tantos que, sin dejar de ser hijos de humildes campesinos, se han erigido en superhombres y principales protagonistas de la apocalíptica película de Teodoro Obiang Nguema.
Este hombre, que nunca ha pensado qué será de sus hijos y de su inmensa familia cuando la muerte se osara en llamar a su puerta, ha convertido el bello distrito de Mongomo en una finca de esbirros, donde el horror y la criminalidad rivalizan el tablero. Allí, se niega incluso el derecho al arrepentimiento a quienes, consciente o inconscientemente han dado cuenta de sus errores. Son las consecuencias de los últimos macro-juicios y del exilio en masa de los hijos de Mongomo en los últimos años.
En Mogomo ya no queda hombre honesto, humilde ni digno. No queda hombre inteligente, valiente y honrado, fruto de la obra ‘maestra’ que Macías y sobrino han rivalizado en imprimir para la dicha de pocos y el agobio de la mayoría. Es lo único que han dejado en ese bello paisaje, una plantación infortuniada por gamberros que disfrutan con el sacrificio de sus compatriotas.
Si esto es ético o no, me lo sé.
Los que tienen oídos, que oigan.
Fuente: ASOPGE/ OPINION