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Editorial

La doble personalidad del presidente sudafricano


publicado por: Association de la Presse Equatoriale Guinea el 21/03/2004 18:47:11 CET

PEDRO NOLASCO. VITORIA, 21.03.04
¿Es posible que el presidente sudafricano, Thabo Mvuyelwa Mbeki, ha sido tentado por el déspota Teodoro Obiang Nguema de Guinea Ecuatorial? Dicen que todo es posible en la política, máxime en la política “auténticamente a la africana”. La verdad, tarde o temprano, siempre termina saliendo a la luz pública. No en vano, muhchos, incluidas organizaciones humanitarias internacionales, se sienten hoy en día decepcionados por la solidaridad que mostraron durante décadas a los negros surafricanos en sus difíciles momentos de segregación racial. No por otra cosa, sino por la política panafricana claramente mercantilista que domina la suráfrica gobernadae por Thabo Mbeki. Sudáfrica es una potencia, pero su papel al Sur de Sahara es tan nebuloso que su mano se ha visto en más de una ocasión, alimentando conflictos bélicos y participando en oscuros negocios de venta de armas y de apoyo a gobiernos brutales y a grupos rebeldes que no respetan los más elementales derechos fundamentales. Una clara contradicción, sino traición de lo que se esperaba de este coloso país negroafricano por su reciente pasado amargo.
Mientras se espera que se confirma, a través de investigaciones periodísticas, el grado de complicidad del Gobierno surafricano en la prefabricada historieta de presunta ¿invasión mercenaria? a Guinea Ecuatorial, sacamos a relucir parte de la biografía de su presidente, un dato más sobre la personalidad de este hombre, al que hasta ahora se ha venido considerando como uno de los raros presidentes africanos con mentalidad democrática.

EXTRACTO DE LA BIOGRAFÍA DE THABO MBEKI
Valorado como un profesional de la política astuto y rencoroso, un negociador hábil y un perfecto conocedor de los entresijos de su partido, la figura ambigua de Mbeki, proclive a incómodas comparaciones con Mandela, suscitaba aprensiones entre la minoría blanca por su pasado inequívoco y una adhesión mucho menos apasionada de la mayoría negra por su perfil de intelectual frío y reacio al contacto con las masas.

Para 1993 era el incuestionable número dos del ANC, luego de la retirada y defunción de Tambo y la elección de Mandela para la presidencia del partido, y en mayo de 1994, después de ganar el ANC las primeras elecciones multirraciales, flanqueó a Mandela como primer vicepresidente del Gobierno de unión nacional. Cuando en mayo de 1996 el NP de de Klerk, decidió retirarse del ejecutivo, Mbeki quedó como único vicepresidente del Gobierno.

En julio de 1996 Mandela anunció que se retiraría cuando finalizase su mandato y que propondría a Mbeki para sucederle. En efecto, el 18 de diciembre de 1997 la 50ª Conferencia Nacional del ANC, celebrada en Mafikeng, le eligió presidente del partido y candidato a presidente de la República. Mbeki llevó las riendas del Gobierno de hecho a medida que Mandela llenaba su tiempo con visitas y actos, de valor simbólico y moral, para aleccionar a su pueblo.

Durante este período preelectoral se produjo un hecho de honda repercusión en el ANC y que sirvió para subrayar las fuertes diferencias de personalidad entre ambos dirigentes. Mbeki arremetió contra las conclusiones, el 30 de octubre de 1998, de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR), un panel de personalidades independientes presidido por el obispo y premio Nobel Desmond Tutu y que, a instancias del ANC y de Mandela, investigaba desde 1995 las violaciones de los Derechos Humanos cometidas durante el apartheid. El informe determinaba que el régimen racista blanco fue responsable de la mayoría de los crímenes y abusos, pero el ANC también cometió atrocidades.

Para Mbeki, que salió personalmente malparado en las investigaciones, el informe era ”erróneo e insensato”, aunque Tutu replicó que se equivocaba si pensaba que la CVR iba a tratar al ANC de forma distinta del NP o el Partido Inkatha de la Libertad (IFP, el segundo partido negro del país, con base entre los zulúes y rival tradicional del ANC). Furioso, Mbeki, sin consultar con Mandela y otros dirigentes del partido, promovió una querella legal en nombre del mismo contra la CVR para impedir la publicación del informe, pero el mismo día de la ceremonia un juez dictaminó que la solicitud era inconstitucional. Mandela no comentó el documento y se limitó a aceptarlo en su totalidad.

En las elecciones del 2 de junio de 1999 el ANC obtuvo un arrollador 66,4% de los votos, dos puntos más que en 1994, y 266 escaños, esto es, justamente los dos tercios requeridos para la aprobación de reformas constitucionales por la Asamblea Nacional, pretensión que Mbeki había insinuado. El día 14 Mbeki fue elegido presidente por la Asamblea y el 16 tomó posesión del cargo para los próximos cinco años.

En el Gobierno que alineó, que siguió siendo de coalición con el IFP, los ministerios económicos no cambiaron de titular, enviando un mensaje de continuidad a los mercados financieros y removiendo las suspicacias que aún pudieran tener las elites blancas hacia su compromiso con el modelo capitalista, ya que, no en vano, había sido el redactor del muy liberal programa económico del ANC.

Mbeki prometió gobernar ”sin arrogancia y con responsabilidad” para resolver las grandes cuestiones pendientes en el quinquenio de Mandela: el paro masivo, que afectaría hasta al 35% de la población activa, y el aún abrumador subdesarrollo entre la ciudadanía negra, que seguía marginada de las actividades y decisiones económicas importantes y cuya renta media era incomparablemente inferior a la de los blancos.

Conquistados sus derechos y libertades políticos, la población negra aspiraba ahora a progresos materiales, aunque esta perspectiva, en pleno declive económico (paradójicamente, luego del levantamiento de todas los embargos y boicots internacionales impuestos a Sudáfrica durante el apartheid) por las caídas del precio del oro y de la inversión extranjera, se antojaba especialmente complicada ahora. Por ejemplo, en 1998 la población había crecido más que el PIB, el cual un año después a duras penas superó el 1%.

Cómo integrar al país en una economía internacional, donde sólo se admiten las fórmulas liberales y los criterios de eficiencia, salvaguardando al mismo tiempo los imperativos de inversión social, era el dilema al que se enfrentaba Mbeki, cuyas habilidades para preservar el delicado equilibrio social y constitucional en que se asentaba la obra de Mandela y de Klerk, se ponían en duda.

De momento, hubo de sortear las presiones de un sector del ANC para que procediese al reparto de la tierra, drástica medida de justicia social largamente esperada por las masas desfavorecidas, pero que, con el rebrote de la violencia social (multiplicación de los delitos y la criminalidad, nuevos enfrentamientos entre zulúes y xhosas en Kwazulu Natal y el Cabo Oriental) podría encender la mecha de conflictos mucho más graves.

Un año después de llegar al poder Mbeki, el ANC, en cuya cúpula había conseguido relegar a varios líderes que pudieran hacerle sombra, como Cyril Ramaphosa, secretario general hasta 1997, y Joe Modise, que no continuó como ministro de Defensa en el nuevo Gobierno, era escenario de fuertes tensiones, con el secretario general Kgalema Motlanthe reprochando al jefe del partido su excesiva preocupación por los asuntos internacionales y sus alabanzas al capitalismo de mercado, el cual, por el contrario, ”debería aprender a odiar”.

Aunque la idea de Mbeki de crear una burguesía negra (el denominado Black Empowerment) como primer paso para acercar los beneficios de la economía a la mayoría social del país suscitaba acaloradas discusiones, desde fuera del ANC el Gobierno de Mbeki merecía valoraciones más suaves.

Para algunos, se mostraba indeciso sobre la reconversión del sector laboral -que, aunque ciertamente dolorosa, aquel juzgaba necesaria-, así como el lanzamiento de un programa masivo de promoción de pequeñas y medianas empresas como única forma de crear empleo y reabsorber a los nuevos parados. Los observadores internacionales, por contra, alabaron la aceleración de las privatizaciones de empresas públicas, sobre todo las de transportes y comunicaciones, así como las previsiones de déficits presupuestarios e inflación a la baja.

En 1999 Mbeki provocó un revuelo con su excéntrica aseveración de que el virus HIV no era el causante del SIDA, teoría que, según reconoció, aprendió en una exploración privada de Internet (efectivamente, hay científicos que la sostienen). La comunidad internacional y los trabajadores de salud sudafricanos expresaron su consternación por la tesis de Mbeki, la cual negaba las evidencias de las investigaciones hechas hasta la fecha y resultaba muy negativa para la adopción de políticas eficaces de prevención. Esta tarea era especialmente acuciante en un país donde el 10% de la población, esto es, algo más de diez millones de personas, es portadora o ha desarrollado la enfermedad.

Se comentó que el presidente sudafricano, con este posicionamiento, traslucía un desdén por la medicina occidental y sus intentos de dictar normas a los africanos en una cuestión tan concreta como las relaciones sexuales. En septiembre de 2000 el presidente, presionado por su propio partido, admitió al HIV como una de las causas de la enfermedad.

También generó polémica su negativa a denunciar la campaña de ocupaciones por antiguos combatientes nacionalistas negros, con la anuencia del presidente Robert Mugabe, de granjas de blancos en la vecina Zimbabwe -el principal socio comercial de Sudáfrica en el continente- que convulsionó a este país partir de abril de 1999. Mbeki fue acusado de no adoptar una posición inequívoca frente una eventual propagación de estos actos a Sudáfrica, pero el presidente justificó su actitud en solidaridad con un antiguo camarada en las luchas por la liberación negra.

Mbeki, que heredó hasta 2001 la presidencia de turno del Movimiento de países No Alineados (MNA), ha jugado un papel mediador -pero no el más relevante, honor que ha recaído en el presidente zambiano, Frederick Chiluba-, en el complejo e intratable conflicto bélico de la República Democrática del Congo, donde precisamente Zimbabwe se implicó militarmente en ayuda del régimen de Kinshasa. El Gobierno de Pretoria aceptó en principio proporcionar, junto con Nigeria, el grueso de los 5.000 cascos azules de la Misión de Naciones Unidas (MONUC), creada en agosto de 1999 y ampliada en febrero de 2000.

Pero la continuación de los combates, que hacía inviable el despliegue de tropas de pacificación, y las propias reticencias del equipo de Mbeki a enviar efectivos al avispero congoleño, descartaron la posibilidad de que la nueva Sudáfrica liderase sobre el terreno los esfuerzos de pacificación regionales, como hiciera Australia en el Pacífico Sur durante la crisis de Timor Oriental o la misma Nigeria ha venido realizando en África Occidental.


Fuente: ASOPGE / CIDOB

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