ARTICULO APARECIDO EN EL PERIODICO DE MADRID, ”LA INFORMACION”, BAJO EL TITULO ”DEL 11 M AL 14 DE M.
En mi anterior comparecencia mensual, afirmaba que el hombre tiende al reduccionismo, a simplificarlo todo. Decía entonces, que en las explicaciones sobre nuestra reciente Historia, ha habido simplificación para definir etapas, momentos o gestas. Los ejemplos son muchos y las posiciones variadas. La más reciente es la de nuestra última Guerra Civil. Para unos, los rojos eran el diablo con rabo y los fachas, algo así como la reencarnación del bien supremo. Para otros, los comunistas eran la revolución benefactora e igualitaria, que iba a cambiar el mundo; mientras que los nacionales eran, ni más ni menos, que unos militares fachosos, traidores al Gobierno Constitucional. La disparidad y el enfrentamiento entre los partidarios de borbones o austrias se puede extender a los que defienden o son enemigos declarados de la colonización española. Ya se sabe, del Bétis o del Sevilla; Aznar o Zapatero... Los ejemplos son muchos.
Sobre la masacre del 11-M seguro que hay unanimidad: una gran tragedia; un vil y cobarde atentado.
Winston Churchill, en plena conflagración mundial, ofreció a los ingleses ”sangre, sudor y lágrimas”. Bajo su orondez y su sempiterno y voluminoso puro se ganó la adhesión, sobre todo, de los londinenses. Ahora, una panda de desalmados, de resentidos, adormecidos bajo el opio de una determinada religión nos ha hecho derramar sangre, sudor y lágrimas. La religión es el opio de los pueblos, dijo Karl Marx...
Al igual que el oro, incienso y mirra tienen su explicación bíblica, también estos nuevos símbolos deben tenerla: sangre, vertida por los inocentes que sin quererlo han sido diana de unos descerebrados sin sentimientos; sudor, como expresión de todo un pueblo volcado en ayudar para minimizar el sufrimiento ante tanto horror; y lágrimas, las que miles y miles de personas -quizás millones- han derramado ante tanta tragedia. El 11-M, hasta el cielo lloró en Madrid...
Para acercarnos al sufrimiento de los heridos, familiares y amigos -los muertos no sienten el cuerpo, al menos que sepamos-, no hay nada mejor que pensar, aunque tan sólo sea por unos instantes, en lo siguiente: ¿y si yo hubiera sido uno de los afectados? Tan sólo la percepción de no volver a ver a un ser querido, de sentir de cerca su mutilación o apreciar su estado psíquico, son capaces de acercarnos aún más a esa tragedia.
Se puede escribir sobre el hambre y el dolor, tratar de imaginar cómo se siente el cuerpo y la mente en ese estado, pero nunca se sabrá con certeza lo qué es sino se vive esa desagradable experiencia.
Un análisis de la sociedad, y de lo que en ella acontece, no se debe hacer desde el rencor, la subjetividad, ni tampoco desde la posición hermética de un partido político, ni, por supuesto, desde la cercanía.
Este 11-M va a marcar un hito en nuestra reciente Historia, y también en la de Europa. Un punto de inflexión que va a remodelar, de alguna forma, las piezas de este complejo y complicado mundo que es la Sociedad. Del 11 al 14 de marzo tan sólo van tres jornadas. Pero vaya tres días.
A la memoria me viene el asesinato (algunos lo llamaron magnicidio) del que fuera Presidente del Gobierno durante el franquismo. Me refiero al almirante Luis Carrero Blanco.
El catedrático de Sociología, Amando de Miguel, afirmó en uno de sus voluminosos estudios sobre España, lo siguiente: ”Somos un pueblo bastante siniestro, y aquí las grandes etapas políticas se determinan por el asesinato de un gran jefe político”. Tras mencionar a Cánovas (1897), Dato (1921) y Calvo Sotelo (1936), manifiesta su opinión acerca de lo que representó la muerte de Carrero Blanco: ”Asimismo, el franquismo desarrollista acaba con el atentado que costó la vida a Carrero Blanco (...). cada uno de estos atentados representa un punto de inflexión hacia una nueva fórmula política y hacia nuevas condiciones económi-cas”.
En efecto, en aquella ocasión, tras el frío y enigmático comentario de Fran-co, ”no hay mal que por bien no venga”, ante las cámaras de tele-visión, se confirmaba un inicio de transición política y otro, un tanto incierto, de transformación económica.
No voy a tratar de desmoronar esa teoría, ni de desmentir a tan erudito cátedro, pero la oración la volvería por pasiva ¿ese atentado -me refiero al de Carrero Blanco- no se haría para que todo cambiase?
En esta ocasión, no se puede analizar el 14-M sin el 11-M. Uno y otro están soldados, unidos, para siempre. ¿Hubieran sido los resultados electorales los mismos sin la masacre del 11-M? Nunca se sabrá... Lo que si está claro, al menos para mí, es que los que optaron por votar a unos u otros no cambiaron su opinión por la gran tragedia, sino que eran votantes susceptibles de hacerlo a quien lo hicieron, pero indecisos. Diríamos que el voto se radicalizó. El PSOE no ganó; perdió el PP.
Engaños, manipulaciones, tergiversaciones, promesas incumplidas, soberbia, altanería... tuvieron mucho que ver con ese resultado. Ya se sabe: se puede engañar a uno toda la vida, a unos cuantos durante mucho tiempo; pero a todos durante toda la vida, NO.
Sobre eso de que ”nos vamos con las manos limpias y la cabeza alta”, ya hablaremos en otra ocasión, si el tiempo y las circunstancias lo permiten...
Eugenio Pordomingo
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Fuente: adecugui