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BÁRBAROS, SUBDESARROLLADOS O VÍCTIMAS: TODO VALE PARA JUSTIFICAR LA INTERVENCIÓN publicado por: Observador Ama el 16/10/2004 17:06:32 CET
Los conflictos africanos saltan a los medios de comunicación periódicamente. Matanzas, masacres, machetes, hambre, campos de refugiados, inundan el mundo vertiginoso que crean los medios de comunicación. El análisis de estos conflictos suele ser reduccionista, estar fragmentado y no permite abordar de un modo sistémico la comprensión de los conflictos africanos en toda su complejidad.
La forma de “contar” estos conflictos no es trivial y obedece a los intereses de los actores que conforman el escenario político internacional y, como parte de él, el mundo de la ayuda humanitaria, que a través de estas explicaciones deben justificar y legitimar sus acciones en las áreas conflictivas.
Los africanos rara vez han tenido la ocasión de contar sus propios conflictos. La narrativa de los procesos históricos y sociales, la manera de explicar los hechos, tiene una gran importancia en el mantenimiento de la capacidad de movilizar a la opinión pública, ONG´s, e instituciones internacionales. La forma de construir el conocimiento de estos procesos se convierte directamente en poder.
En el caso africano, según el análisis que realiza Itziar Ruiz-Giménez Arrieta en su magnífico trabajo “Las buenas intenciones. Intervención humanitaria en África”, publicado por Icaria en diciembre 2003 y cofinanciado por Paz con Dignidad , han sido tres los discursos dominantes, que en ocasiones se mezclan y enlazan entre sí. El primero es el del africano como ser bárbaro y primitivo que mantiene conductas irracionales, el segundo se basa en la idea del subdesarrollo como causa central de los conflictos y el tercero ofrece una explicación en términos de los flujos económicos vinculados a la guerra.
El estereotipo del nuevo bárbaro….
La primera de las narrativas se refleja en muchas de las explicaciones que se daban a los conflictos africanos de los 90 (Ruanda, Liberia o Somalia), y que actualmente se repiten en Darfur (Sudán) y en cierta medida se empieza a reproducir en el Delta del Níger. Paul Richards, citado por Itziar Ruiz-Jiménez, denomina a esta narrativa la del nuevo barbarismo. Bajo este prisma, las guerras de África tienen un carácter de salvajismo primitivo, son irracionales y no hay ideología detrás de ellas. Según explican los defensores de esta idea, los conflictos han surgido a partir de desaparición de la guerra fría, situación que de alguna forma los mantenía larvados. Los medios de comunicación, con la emisión de las horribles imágenes de cuerpos mutilados y de personas consumidas por el hambre y la desesperación, constituyen un importante apoyo para estas tesis, sobre todo en contraposición con las formas civilizadas de matar, desde el aire, a distancia, con tecnología punta y uniformes relucientes.
La visión del conflicto salvaje está muy extendida entre políticos y entidades de ayuda humanitaria, incluso también en algunos ámbitos académicos, no en vano existe una amplia literatura antropológica que desde hace siglos ha ayudado a construir todo este imaginario colectivo sobre las sociedades africanas.
Se produce, por tanto, desde este punto de vista, una especie de naturalización de los conflictos africanos. Se asumen como algo consustancial con la etnicidad africana. Sin embargo, desde la moral occidental es preciso intervenir y poner fin a la barbarie, intervención, eso sí, que no requiere contar con lo propios interesados, los hombres y mujeres africanas porque, al ser sus propias dinámicas irracionales y salvajes, no pueden entenderlas ni actuar sobre ellas.
Los análisis centrados en los condicionamientos étnicos son muy cuestionables y cuentan con muchos detractores. Muchas de estas identidades étnico-religiosas, percibidas como innatas e irreductibles, se han construido social e históricamente a partir de los propios procesos colonizadores. Varios antropólogos africanistas creen que algunas de las etnias que han intervenido en las guerras más cruentas, fueron en realidad el producto del abuso de la autoridad colonial y de una extensión de estereotipos creados artificialmente. Un ejemplo sería el “trabajo” de la iglesia católica enviada por Bélgica a Ruanda, que reconocía a los tutsis como una raza superior. La idea de esta superioridad, fue calando entre hutus y tutsis, hasta que ellos mismo llegaron a pensar que siempre había sido así, incorporando estas convicciones a sus modelos de representación social. De este modo, los siglos de convivencia entre ambas etnias se fueron diluyendo. Los tutsis se fueron haciendo más poderosos, mientras que los hutus desarrollaban un intenso sentimiento de inferioridad.
El nuevo barbarismo ofrece la ventaja de no tener que explicar nada más. Las guerras suceden sólo a causa de los conflictos étnico-religiosos. Esta explicación cuadra perfectamente con lo que la sociedad occidental espera del hombre africano, su primitivismo y su incapacidad de generar otros procesos de resolución de conflictos.
Este discurso está apoyado en el discurso racista del darwinismo social propio del período colonial. Este nuevo racismo que asume de palabra el pluralismo cultural, reconociendo que en esencia ninguna cultura tiene por qué ser mejor que otra, sin embargo mantiene que en África, es la propia diversidad cultural es en sí misma la causa del conflicto y de la violencia. Se da la paradoja de que, mientras que se mantiene el discurso de la importancia del respeto a las diferentes culturas, se fuerza la pérdida de diversidad cultural y con ella la pérdida de capacidad de resolución de conflictos, o de adaptaciones al entorno, o de explicaciones de la realidad que demuestran que existen muchas alternativas al modelo impuesto.
La narrativa del nuevo barbarismo oculta la capacidad de muchas sociedades africanas de convivir juntas de forma pacífica y elimina de de un plumazo el valor de las variadas formas en las que las personas se han relacionado entre ellas y con el entorno de un modo sostenible.
No se trata de decir que las cuestiones étnicas no jueguen un papel importante, ya que las identidades, aunque sean construidas artificialmente importan a los individuos y constituyen la forma de explicarse la realidad y relacionarse con ella. Por ello, algunas decisiones de dirigentes africanos deben explicarse en su propia manera de entender las relaciones con sus clanes y familias. Sin embargo, en la mayoría de estos conflictos, la causa directa del mismo es la posición estructural de una determinada etnia con respecto a todo el conjunto social, es decir la situación de desigual acceso a los recursos en función de la etnia
El discurso del nuevo barbarismo esconde el factor de lucha de clases en los conflictos. Al no visualizarse que el origen de los conflictos está en la lucha por el poder de los diferentes actores y grupos sociales (africanos e internacionales), desaparecen las responsabilidades y se justifica la pasividad de la comunidad internacional ante el genocidio.
En la actualidad, la justificación del nuevo barbarismo sirve por encima de todo, para legitimar la acción militar internacional, bajo la máscara de la ayuda humanitaria.
El origen de los conflictos está en el subdesarrollo….
Una segunda corriente intenta comprender los conflictos africanos como causa directa del subdesarrollo. Según esto, las guerras africanas estarían provocadas por la pobreza, el deterioro del medio o el aumento demográfico. También se alude al crecimiento de la exclusión social y la marginalidad, corrupción de los dirigentes políticos africanos y militarismos de las sociedades africanas.
Subdesarrollo o exclusión social, son construcciones propias de la sociedad occidental. Es el modelo económico occidental el que, por comparación con los índices económicos definidos por el mismo y contrastando con la situación “ideal” de las sociedades modernas y desarrolladas occidentales, determina qué es exclusión social o qué prácticas se consideran subdesarrollo.
La mayor parte de los factores considerados en esta narrativa del subdesarrollo, y que por tanto provocan la crisis de estado y la violencia, son internos a los propios estados africanos. No tienen el mismo rango de importancia los problemas estructurales, las relaciones de dependencia, el neocolonialismo, la deuda externa, etc.
Esta tendencia, que supera en cierta medida la tesis del nuevo barbarismo, no puede explicar por qué se produce la violencia en unos países y no en otros, por qué algunos países pobres son estables y otros relativamente mas ricos sufren conflictos similares a los de los países africanos, como por ejemplo la zona de los Balcanes
La asociación de subdesarrollo y conflicto determina que los problemas son del propio sur, y que simplemente con más dinero terminaría la corrupción, el déficit democrático y los conflictos. La trampa de esta interpretación está en el etnocentrismo feroz que obvia el papel que juega el modelo injusto de comercio internacional, la voracidad de beneficio a corto plazo del sistema neoliberal y la inmensa concentración de poder que impide de modo estructural que los pueblos del sur puedan acceder a sus propios recursos. Bajo este prisma, las instituciones de cooperación al desarrollo y ayuda humanitaria, consideran el desarrollo “a la occidental” como un mecanismo para prevenir el conflicto, que se administra desde las instituciones internacionales. La cooperación y la ayuda humanitaria constituyen los actores fundamentales de “reparación” de la situación de subdesarrollo, convirtiéndose en parte de un suculento negocio que revierte en los países más ricos.
Esta es la nueva versión, políticamente correcta, de la misión civilizadora de occidente. Las antiguas civilizadas, semicivilizadas y salvajes, ahora se llaman desarrolladas, en vías de desarrollo o subdesarrolladas.
Este discurso etnocentrista que plantea la sociedad occidental como el único modelo a seguir, olvida algunas de sus episodios “civilizados” como el nazismo, la organización y apoyo de los golpes de estado de Pinochet o Videla, entre otros, las bombas atómicas, la xenofobia, los maltratos a las mujeres, las masacres de Iraq, el incremento de la violencia estructural y la vigilancia, la sociedad del riesgo y el deterioro del medio ambiente que pone en peligro la supervivencia de la propia especie humana.
La literatura del subdesarrollo y del crecimiento económico liberal hace especial hincapié en la desconexión y ruptura social que se han derivado de los colapsos de los estados africanos, ignorando que en procesos como el de Somalia y en menor medida Ruanda o Liberia, este colapso no supuso sólo desorden y ruptura de todos los procesos de cohesión social, sino que como señala Itziar Ruiz-Jiménez “en la medida que hace a los grupos más dependientes de sus propios recursos, estrategias y redes sociales, el conflicto y el desplazamiento, con frecuencia actúa reafirmar e incluso fortalecer, los lazos sociales y culturales, mientras introduce elementos de cambio y adaptación” Así en Somalia nacieron múltiples iniciativas de apoyo mutuo y mecanismos locales de resolución del conflictos. Estos procesos de regulación social demuestran cómo en cualquier sistema, en condiciones alejadas del equilibrio y con desorden creciente, surgen nuevas estructuras capaz de generar orden y autoorganización. Estas nuevas estructuras, que Prigogine denominó estructuras disipativas, frecuentemente no siguen los parámetros del mercado global, ni de los intereses dominantes, por tanto son, en general, ignoradas y silenciadas por poder establecido y por las agencias de cooperación y el mundo de la ayuda humanitaria.
La invisibilización de estas estructuras y el énfasis de la ruptura social sirve para legitimar determinadas acciones y reconstruir estados, como el somalí, desde arriba hacia abajo y según el modelo hegemónico. A Naciones Unidas, o las demás instituciones de ayuda humanitaria le resulta más fácil actuar si obvia que estos mecanismos de autoorganización existen y funcionan.
La explicación en términos de la economía de guerra…
La tercera narrativa que explica los conflictos africanos es la que se ha denominado “la de la economía de guerra”. Se apoya en la literatura del subdesarrollo, pero profundiza con más rigor en las causas más inmediatas de los conflictos. Desde esta visión, las guerras son la respuesta de ciertas élites políticas y económicas a las crisis de legitimidad de los estados coloniales después de los 80.
En los casos de Somalia, Liberia y Ruanda, la crisis de los estados se produjo a causa de su situación de dependencia, la caída del precio de las materias primas en el mercado internacional, la puesta en práctica de los planes de ajuste estructural dictados por el FMI y final de la guerra fría, que retiró subsidios importantes por parte de las grandes potencias. En el caso ruandés también interviene el crecimiento demográfico, impulsado por la iglesia católica durante la dominación colonial y la escasez de tierras. Esta crisis redujo de un modo drástico la fuente de financiación con las que se mantenían las redes clientelares de los dirigentes, por ello el estado post colonial pierde el interés y la legitimidad tanto para los que lo apoyaban, como para una población que sufría el impacto de los planes de ajuste estructural.
Se producen diferentes situaciones, por una parte en lugares como Ruanda se intenta implantar el nuevo estándar impuesto por la vía de condicionar la ayuda, es decir, crear una nueva constitución, una estructura de partidos políticos tradicional en occidente, legalización de medios de comunicación, etc.. En Liberia y Somalia, el estado es abandonado y ciertas élites buscan nuevas fuentes financiación en la economía emergente ante la situación de guerra: el control de los recursos naturales para su venta a las multinacionales, el tráfico de armas o drogas, etc.
En los casos de Liberia o República Democrática del Congo se han estudiado los flujos económicos del conflicto y se ha comprobado cómo las propias tropas internacionales, los actores nacionales en conflicto y las multinacionales occidentales, obtenían grandes beneficios derivados del control de la madera liberiana, los diamantes de Sierra Leona, el coltán de RDC, etc. Esta situación se reproduce con el petróleo de Nigeria o el caco en Costa de Marfil, aunque los conflictos de estos últimos lugares no hayan alcanzado un nivel tan dramático en cuanto a número de muertos en los conflictos. Todos esto recursos naturales son consumidos y empleados en las propias sociedades occidentales, que a través de sus multinacionales prolongan los conflictos y la extracción irracional e insostenible de los recursos naturales, con una visión cortoplacista de lucro inmediato propia del modelo económico neoliberal.
Los propios contingentes de ayuda humanitaria eran utilizados para finnanciar ejércitos y mantener las redes clientelares de los señores de la guerra.
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El discurso de la economía política de guerra ha desvelado el lugar que ocupa el continente africano en la economía mundial globalizada. Ha puesto de manifiesto cómo los señores de la guerra africanos se vinculan con el narcotráfico, las mafias rusas, y las respetables compañías transnacionales, motor de la inevitable e imprescindible globalización. Esta narrativa ha permitido visualizar algunas responsabilidades y determinar que “los señores de la guerra no son seres salvajes movidos por odios atávicos, sino actores racionales con lógicas “modernas “ y muy neoliberales: obtener el máximo beneficio económico posible a cualquier coste” (Ruiz-Giménez I., 2003)
Sin embargo, volveríamos a utilizar un análisis con doble rasero si no ponemos de manifiesto el gran paralelismo que existe entre los señores de la guerra y otros actores de la misma lógica neoliberal que son los que imponen las políticas en África y otros lugares del planeta: quienes obligan a liberalizar los mercados del sur, pero no del norte, quienes ejecutan las obligaciones de la deuda externa, fuerzan el recorte de los sectores sociales con unos coste sociales y económicos enormes. Esta violencia estructural, que no mata a machetazos y golpes, utiliza un armamento más sutil, pero tiene un enorme impacto.
¿No existe una sociedad africana?
Cualquiera de las narrativas de los conflictos tiene como elemento común el hecho de pasar por encima de la sociedad civil africana como si no existiese. Los hombre y las mujeres africanas son invisibles, salvo como imágenes del espectáculo mediático, o son sólo víctimas que esperan pasivamente los ataques irracionales de los nuevos bárbaros, morir a causa de su subdesarrollo o sufrir la explotación y dominación de los señores de la guerra.
El etiquetado de la persona africana como discapacitado social legitima de nuevo la intervención de las entidades internacionales o agentes por la cooperación.
Se oculta intencionadamente cómo se han venido creando estrategias de resistencia o acomodación a los señores de la guerra, ya que algunos grupos consideran su liderazgo legítimo en función de una distribución clientelar los beneficios obtenidos, ni más ni menos que lo que sucede en las sociedades occidentales con muchos grupos de poder, que son incuestionables mientras repartan beneficios entre quienes los sustentan.. Ello explica, junto a la represión y la coacción, la capacidad de algunos señores de la guerra de controlar amplias zonas del territorio durante largo tiempo. La juventud urbana, por ejemplo, así como empresarios y comerciantes encuentran en los actores de lucha un medio de supervivencia y promoción social. No es el caso de los niños soldado que no pueden elegir.
Otros grupos establecen, resisten y tejen redes de solidaridad y apoyo para paliar los efectos dramáticos del conflicto. Es el caso de muchos grupos de mujeres, de profesionales, de muchas autoridades “tradicionales “ que desarrollan actitudes de resiliencia, es decir partiendo de condiciones adversas crean autoorganización a partir de la propia situación de desorden. Sin embargo, para el mundo de la ayuda humanitaria son actores que no cuentan y que podrían desvelar la falsedad de las imágenes interesada y estereotipadas de los africanos como sujetos pasivos en su propia historia. En Somalia, por ejemplo, la comunidad internacional mantenía negociaciones con los señores de la guerra mientras se marginaba de estas conversaciones a todas las iniciativas locales que buscaban, en incluso conseguían la paz, en determinados ámbitos locales.
Es imprescindible la incorporación de la sociedad africana que, como todas las sociedades se posiciona, se mueve, se acomoda, en especial ante conflictos armados. Su marginación sólo tiene como finalidad la legitimación de determinadas acciones del mundo humanitario que pretenden resolver los conflictos de un modo paternalista, etnocentrista y por encima de todo, sin poner en peligro los intereses del orden hegemónico establecido
Nota:El libro de Itziar Ruiz_Giménez “Las buenas intenciones. Intervención humanitaria en África” (Icaria, 2003), realiza un análisis documentado, riguroso y endógenos que huye de las explicaciones mecanicistas. Es un documento importante para adentrarse en el mundo de las dinámicas políticas y sociales de la intervención humanitaria en el continente africano.
Fuente: REBELIÓN
¡Nota importante! El contenido de los artículos publicados no refleja necesariamente la opinión de la redacción de guinea-ecuatorial.net Véase también la declaración sobre el uso de seudónimos
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