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Editorial

EL 3 DE AGOSTO 1979 Y LAS ETNIAS QUE COMPONEN GUINEA TESTIMONIO DEL HIJO DE UN MILITAR MUERTO EN LA GUERRA


publicado por: Crispin Mba el 01/08/2010 12:51:03 CET

Tenía exactamente 5 años cuando, mi padre, combatiente del infortunio 3 de agosto en el bloque vencedor, entró en la puerta de casa, con una aparatosa venda en la mano izquierda y en la otra mano, un fúsil de asalto. Vivíamos en aquel entonces en el campamento Militar de Niefang. No quiso saludar a nadie, estaba de muy mal humor. Y yo con la inocencia de infantes, no paraba de hacerle preguntas ingenuas, pero profundas; de qué le había pasado, si estaba enfadado con mamá. El ambiente de casa, lo tengo bien presente en la memoria aquél latoso día, era tenso, taciturno, de total desolación. Mi padre pidió algo para comer a mi madre, y siempre gritando y pegando voces cada media palabra que pronunciaba, atropellaba cada frase que decía, y mi madre intentaba calmarle.

De lo poco que le conocí a este señor, evitándome caer en el juicio parcial y lisonjero de un progenitor, puedo asegura sin miedo a equivocarme, que era venerable. Uno de los recuerdos, de su inmensa bondad, que tengo, son la cantidad de presos que traía a casa a vivir con nosotros sin que sean tratados como presos, y sin el permiso de Macías Nguema; entre ellos muchos sacerdotes y políticos encarcelados por Macías injustamente.

Unas de mis mayores sorpresas aquél día, era que, este hombre manso, cariñoso con su familia, amable con todos, se había vuelto tan agresivo, adusto y fanfarrón, gritaba como un poseso, y movía en ráfagas de segundos constantemente. Pero recuerdo que cuando regresaba a casa en un día de tedioso trabajo, antes de la guerra, me daba un beso en la mejilla, me traía galletas o alguna fruta que me gustaba, estaba siempre alegre, con un elevado sentido de humor que rayaba lo excéntrico. A mi hermana julia, siempre la llamaba mamá, y a mi hermano Juan, le llamaba papá, y a mí me decía ‘Mayor, hermosos, amigo’ al final descubrí que mis hermanos tenían los nombres de mis abuelos, que yo no llegué a conocer y yo llevaba su nombre, nos derrochaba tanto cariños que a veces nos cogía a los tres a la vez, en sus imponentes manos y nos balanceaba arriba y abajo. Siempre hablaba con mi madre y se reían juntos, veía que eran muy felices; le contaba todo a mi madre, de su trabajo, de sus amigos, de Macías, lo mal que estaba todo, en la época más sangrienta de Macías y cómo este presidente se había vuelto loco de reclusión.

Pero ese ignominioso día, después de un largo tiempo fuera de casa, lo había fastidiado todo; vino a casa, puso su fusil a lado, me cogió en sus brazos, me dejó, le dolía la mano vendada, salió hablar con mi madre, agua caliente, y cura, comió precipitadamente, y sin terminar de comer, alguien tocó la puerta de entrada, fui corriendo a abrir, pero enseguida tenía a mi padre encima cogiéndome la mano y con su dedo índice en lo labios en señal de pedirme mayor silencio, y de repente me tapó la boca con su brazote, luego me cogió en sus brazos y me llevó donde estaba mi madre. Luego cogió su fusil, empezó a cargarlo de proyectiles, después aguantó el seguro, fue sigilosamente hacía la puerta y la abrió de par en par apuntando su metralleta, al final se explotaron de risa; era su amigo Antonio con otros 8 militares fuertemente armados, entraron en casa, mi padres abrió su armario y sacó los vasos, los colocó en la mesa y fue a su cuarto y trajo una botella de coñac y empezaron a tomarlo hablando de la guerra. Me senté al lado de mi padre y escuché muchas cosas que se me han olvidado la mayoría. Mi padre no dejaba de quejarse “¿Por qué tenemos que matarnos entre nosotros mismos?” . Mi padres era un hombre de profundas raíces culturales, siempre me decía, éste es tu tío, tal; esta es tu abuela por parte de tu madre etc... Tenía un respeto escrupuloso spor las relaciones étnicas y tribales. Empezaron a trazar planes con los mapas que traían en la mano, deseando apartarme de allí, no paraba de mandarme a buscarle cosas, me decía: “amigo busca los dibujos que has hecho y ven a enseñarlo a tu tío Antonio”, y en seguida “vete a decir a tu madre, vete, vete…” pero tenía mucha curiosidad de saber qué es lo que tramaban este grupos de 9 militares allí en mi casa.

No tardaron mucho, se levantaron todo al unísono y salieron escopetados, sacó la cinta que llevaba atada en su casco y me lo puso en mi brazo luego su cadena me lo colocó en el cuelo y dijo a mi madre que nadie me lo quitara si le pasara algo, y le escuché diciendo que si todo salía bien, volvía a casa en dos día. Ya tenían acorralado al ejercito de Macías, aquello era los últimos flecos que quedaban. Mi tío Antonio me cogió y me balanceo en sus brazos. Salieron fuera y se montaron en dos coches militares, arrancaron los motores y salieron, mi padre paró de nuevo su coche y volvió otra vez a casa, me dijo al oído que me cuidara, que volvía pronto, abrazó a los cuatro incluida mi madre y su última frase que recuerdo, fue que nos quería mucho, que en dos días estaba en casa.

Salieron como cohetes y se marcharon, la casa estaba desconsolada; mi madre no paraba de llorar, mis hermanos y yo, abatidos; aquello fue un día inolvidable, la tristeza estaba desparramando en una familia próspera, el absurdo de la guerra lo había cambiado todo, la incomprensión de los seres humanos anunciaba una destrucción familiar sin precedentes, todo iba a cambiar y ese día era un anunció, un anticipo de lo que iba ocurrir.

Siempre sentía que mi padre, había ido de viaje, que volvía dentro de dos días como me había prometido, pero no entendía ese condicional de si todo sale bien, ¿algo tenía que salir mal?, fuera lo que fuese, tenía absoluta esperanza que en dos días mi padre estará de vuelta a casa.

El día 3 de agosto, mi madre estaba muy contenta, sonriente, complaciente, todo había acabado, el bloque de mi padre había ganado la guerra, ellos se han hecho con la victoria en la trinchera o reducto de Bindung.

Nosotros esperábamos su llegada, habíamos puesto nuestra mejores atuendos, la casa, comida, etc. si, apareció un comandante que era amigo de mi padre, y luego uno que era capitán cuyos nombres no me acuerdo, luego llegó mi tío Antonio, con la cara sería, algo tibio y muy cercano al mismo tiempo, nos iba anunciar aquello que nadie quería imaginar ni escuchar. Mi padre había muerto en la guerra. Aquella noticia llegó a casa como una jarra de agua fría. Hubo antes un silencio sepulcral y enseguida rompimos a llorar sin consuelo. Fue el peor día de toda mi vida, el de 3 de agosto de 1979. ¿Qué vamos hacer?, mi madre, una viuda joven de 32 años, con tres infantes de 10, 9 y 5 años a su responsabilidad, sin marido; todo había venido a su contra, la vida le enseñaba la peor cara, las esperanzas se diluían como trozos de azúcar en un vaso de agua. Mi padre había muerto.

El género del político guineano es exótico, original y particular; hay quien piensan que para hacer política hay que vociferar mucho, y quién más grita se hace oír, nada más lejos de la realidad; y no faltan aquello de éste género tan nuevo en el espectro político universal y guineana en particular, que piensan que cuanto más extravagantes sean las ideas que proponen, mas atención provocan y me gustaría saber si más adeptos ganarán también en sus filas políticas. Ahora se da la casualidad que hoy muchos pueden fundar partidos políticos, crear asociaciones, escribir artículos de crítica a los fangs, pero se olvidan de la memoria histórica y desgraciadamente se olvidan que señores como Crispin Mba, mi padre, derramaron su sangre para aquellos energúmenos oportunistas, que lo único que buscan es vivir a cuerpo de rey por los sacrificios de otros.

Cada vez que aparece propuestas como las del sr Evita Inka, o como se llame, y otras de tal género, me da ganas de plantarme en las narices de esos desalmados y que me lo digan a la cara. Aunque, lo único que me producen es desprecio absoluto, porque la truculencia de los crímenes ajenos nos exonere de la enojosa tentación de calificar los nuestros, mucho más «neutrales» y asépticos. Ojos que no ven, corazón que no siente, reza el refrán; pero para que el corazón no sienta ante los invisibles crímenes propios, conviene curtirlo previamente con la exhibición de crímenes ajenos tan aparatosos que, por contraste, releguen los propios a la categoría de menudencias irrelevantes. Los que niegan el sacrificio inmerecido al pueblo fangs, son igual de asesinos como sus verdugos.

Los fang seguirán haciendo su trabajo y seguirán salvando vidas propias y ajenas ante cualquier dictadura, sabiendo lo que todos sabemos, que el oportunismo y la vida fácil de otras etnias que componen la Guinea Ecuatorial, es la colaboración que esperan.


Fuente: propia

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Véase también la declaración sobre el uso de seudónimos

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