CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
1. Queridos hermanas y hermanos en Cristo:
Las razones pastorales y litúrgicas hacen que la catequesis de este domingo se centre en el tema de la muerte, por coincidir el día de la conmemoración de los FIELES DIFUTNOS con el domingo. ¿Quién no conoce la realidad de la muerte en su entorno familiar? Cada uno de nosotros, los asiduos lectores de estas catequesis, guarda algún recuerdo de sus muertos, a los que recuerda siempre por lo que han significado en su vida. ¡Han sido personas queridas!
2. Es verdad que la muerte nos duele a todos y nos deja una profunda herida en el corazón, que suele sangrar durante mucho tiempo. Todo esto es normal ante la separación de un ser querido. Pero cuando esto nos sucede convendría recordar estas palabras de san Pablo:
“Ninguno de nosotros vive para sí mismo y ninguno muere para sí mismo.
Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor”.
3. Quizás deberíamos reconsiderar la muerte como un misterio ante el cual cabe una reflexión profunda, pero silenciosa; porque la experiencia histórica es testigo de que jamás el hombre se ha liberado de la muerte ni jamás podrá liberarse de ella en este mundo. Todos estamos abocados hacia la muerte; de ella, no lograremos escaquearnos. La existencia humana del hombre está impactada, lo quiera o no, por la realidad del dolor, de la enfermedad, de la muerte, de la finitud. Job diría: “El hombre, nacido de mujer, corto de días y harto de tormentos, como la flor, brota y se marchita, huye como la sombra sin parar. (Job 14,1s).
4. Ante esta experiencia, a la cual el hombre no puede renunciar, caben varias posturas: de rebeldía, de conformismo, de irresponsabilidad o de asumirla con coraje y sentido cristiano.
• Postura de rebeldía. Es aquella que, ante el dolor, la enfermedad, la muerte, se rebela, no lo soporta, se enfrenta agresivamente contra la situación, no cabiéndole otra alternativa que la acusación contra “alguien concreto”, contra todos y contra todo. El mal le puede, le domina. ¿Es la acusación la única salida contra el mal?
• Postura propia de la mentalidad supersticiosa. Es aquella que, frente al triste hecho de la muerte, recurre a los médium, espiritistas, videntes, adivinos, brujos, hechiceros o (falsos) curanderos, a los que la Iglesia considera muchas veces como creadores de falsos miedos, charlatanes y oportunistas, ya que provocan inseguridad, dicen muchas cosas que no pueden probar de ninguna manera y aprovechan el estado de tristeza de su cliente para incitarle a romper con su familia, inyectándole, así, el veneno de la violencia, el odio y la venganza, y vivir el resto de su vida con el corazón destrozado y el ánimo hundido, todo, a cambio de un par de billetes que va a meter en su bolsillo.
• Postura de conformismo. Ante el gigante del mal en el mundo no cabe otra postura que la de soportarlo. La enfermedad, el dolor, la desgracia..., es un destino. A quien le caiga, mala suerte. La única postura posible es la de conformarse, resignarse. Ser un sufriente estoico.
• Postura irresponsable. Es la de aquellos que, ante la realidad y el recuerdo de la muerte, convierten en norma de vida el carpe diem (“aprovecha el momento”, o lo que es lo mismo, a vivir que son dos días); dicho con otras palabras, “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Vivir la vida y la búsqueda desenfrenada del placer tampoco pueden ser la solución última contra la muerte.
• Asumir y afrontar el mal con coraje. La actitud cristiana no cuadra con ninguna de las cuatro posturas anteriores. Ciertamente, hay que rebelarse contra el mal, hay que combatirlo. El dolor y la muerte son situaciones amargas para el hombre y ha de luchar por vencerlas y liberarse de ellas. Pero la victoria no consiste simplemente en que desaparezca el mal, que no siempre es posible, ni ir lejos de la familia ni de los familiares sospechosos, ni pasar el resto de la vida con el corazón amargado, sino que ante el hecho de la muerte cabe mantener una actitud nueva y distinta. Desde el testimonio del mismo Jesús, podemos decir tajantemente que al mal, a la muerte hay que afrontarlo con coraje, pero contando con la fuerza del Espíritu Santo, con el apoyo de la fe en Cristo, que nos dice en el evangelio:
“Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.
5. Queridos hermanos y hermanas en el Señor, nuestros muertos, a los que hoy recordamos y ponemos una vez más en las manos de Dios, no han muerto para siempre; están vivos. Sus vidas estarán siempre en nuestra memoria.
6. Para terminar, me gustaría invitar a todos a cambiar el corazón y la mentalidad para no hacer el mal a los demás. Crear la amistad con los demás es lo mejor que podemos hacer nosotros los hombres, pero una amistad de verdad, en las duras y en las maduras. Debemos apoyarnos mutuamente cuando el hermano/a está en dificultades; La actual práctica de la solidaridad sólo en el momento de la muerte no dice mucho, y a veces, ya se hace “sospechosa”; hay que apoyar a los demás más aún cuando están sanos y vivos a fin de crear una verdadera comunidad de mujeres y hombres nuevos. Así sea.
Fuente: Jesús Rafael
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