Finalizado el espectáculo de las últimas elecciones en Nigeria, lo sucedido en este país debe invitarnos a reflexionar sobre el futuro político de África y, en particular, de Guinea Ecuatorial. Los medios de comunicación internaciones han destacado en sus primeras páginas el esperpento vivido en las últimas semanas en Nigeria. Así, hemos visto como el hasta ahora Presidente Obasanjo declaraba repentinamente 2 días festivos con el objeto de retrasar la resolución de la corte suprema sobre uno de los principales candidatos de la oposición, Atiku Abubakar; o como la distribución de papeletas electorales, que hasta 24 horas antes de que los colegios electorales abriesen todavía estaban en Sudáfrica, se distribuían precipitadamente en el último momento; culminando con la celebración de unas elecciones descritas, en el mejor de los casos, como charada. Lo acontecido en Nigeria es simplemente la enésima repetición de una película africana que todos estamos hartos de ver. Un proceso electoral cargado de irregularidades, que culmina con una victoria – normalmente del candidato del poder – que ninguno de los perdedores está dispuesto a reconocer. Al final, la fuerza de los hechos acaba legitimando al candidato victorioso hasta que el siguiente proceso electoral tiene lugar. Nadie puede pesar que todo esto es un hecho casual o accidental. Al contrario, muchos, desde dentro y fuera de África, piensan que el fracaso de la democracia en este continente tiene que ver con las características culturales de unos pueblos, los africanos, que no favorecen este tipo de sistemas. La verdad es mucho más compleja.
La democracia liberal requiere una serie de condiciones sociales y económicas para que florezca y estás no se dan en África. En el pasado, algunos usaron esto como excusa para imponer gobiernos autoritarios, que la experiencia ha demostrado que tampoco funcionan. De igual manera que no es un accidente que los procesos democráticos hayan fracasado hasta el momento, no es casual que Obiang Nguema, Omar Bongo, o Paul Biya hayan monopolizado el poder político en nuestra región durante las últimas tres décadas. Las condiciones existentes favorecen un tipo de gobierno autocrático que aprovecha el poder político como instrumento para el enriquecimiento propio. Mientras no reconozcamos y afrontemos esta situación, parece muy difícil que emerja un tipo de gobernantes diferente.
Cuando Guinea Ecuatorial consiguió su independencia en 1968 se vio obligada, como la mayoría de sus vecinos, a afrontar un doble reto: desarrollar su economía y al mismo tiempo consolidar el estado-nación. Todo esto se debía llevar a cabo dentro de un marco político democrático, en el que diferentes opciones compitieran por el poder. Al examinar la historia de cualquier país occidental, vemos que ningún país europeo tuvo que afrontar un reto similar. Lo que para ellos fue un proceso, para nosotros fue un suceso. De repente se nos dio un país con enormes carencias políticas, sociales y económicas al que debíamos dirigir, y todo esto dentro de un marco democrático. ¿Es posible llevar a cabo el tipo de reformas políticas, sociales y económicas, que con frecuencia resultan impopulares, bajo la “amenaza” de las cíclicas elecciones? Nkrumah en Ghana o Nyerere en Tanzania, entre otros, creyeron que no; a menos que a uno no le importe perder el poder. El hecho es que cuando conseguimos la independencia, nada de lo que éramos se debía a nosotros. Ni las fronteras, ni las instituciones, ni siquiera los idiomas oficiales eran nuestros. Sin embargo adoptamos todo esto sin cuestionarlo. Medio siglo después de la tan celebrada independencia de Ghana, los africanos seguimos mirando al exterior en busca de soluciones.
Cuarenta años atrás la visión de los independentistas guineo-ecuatorianos estuvo cegada por el deslumbrante anhelo de la independencia. La actividad intelectual de estos independentistas se centró en encontrar la forma de acabar con el dominio colonial español. Por desgracia, ninguno pensó en el día después, ni en desarrollar una visión del tipo de país que Guinea Ecuatorial debía ser, ni en la estrategia que debería conducirnos hacia ese objetivo. Lo preocupante es que la situación parece repetirse hoy. Aquellos que se oponen al régimen de Obiang Nguema parecen cegados por el mismo anhelo, el de acabar con el dictador. Sin embargo nada oímos sobre el día después, qué tipo de país nos prometen, qué política llevarán acabo. Mucho me temo, que este silencio se debe a la falta de ideas. A diferencia de hace cuarenta años, hoy podemos aprender del pasado y estamos a tiempo de evitar los mismos errores. La charada de las elecciones nigerianas, o de tantos otros esperpentos africanos, debe servirnos para que nos sentemos a reflexionar sobre el modelo político que Guinea Ecuatorial debe adoptar para llevar a cabo las necesarias transformaciones sociales y económicas. El poder político, el Estado, debe dejar de ser la herramienta para el enriquecimiento de unos pocos, y convertirse en el instrumento que facilite la prosperidad y el bienestar de la mayoría.
Parece claro que, hoy por hoy, la democracia liberal no es la solución, pero podemos y debemos buscar soluciones democráticas en los valores e instituciones de los diferentes pueblos de Guinea Ecuatorial. Nosotros somos parte de una tradición milenaria de África Central en la que el poder político colegiado residía en el consejo de ancianos. Somos parte de una tradición en la que la responsabilidad del líder de la comunidad política – el mídzaá de los fang – era velar por los intereses del pueblo y no los propios. Los principios que deben servirnos para elaborar un modelo político válido existen dentro de nuestra cultura centro-africana, pero es necesario un cambio de actitud para liberarnos de los complejos creados por la colonización y de la manipulación cultural ejercida desde el poder en las últimas décadas. A nadie se le escapa que estos principios necesitan ser examinados, actualizados y adaptados para que representen los intereses de las mujeres y hombres de Guinea Ecuatorial del siglo XXI. Esta tarea no es incompatible con la lucha contra el actual régimen de Guinea Ecuatorial, pero es necesario trabajar por un modelo político para que de verdad se produzca el ansiado cambio y no la simple sustitución de un dictador por otro. Mientras la oposición no se involucre en este proceso y no sea capaz de elaborar una alternativa con la que la sociedad guineo-ecuatoriana sea capaz de identificarse, su credibilidad continuará en entredicho. Por lo que respecta a los que detentan el poder político, parece harto improbable que aquellos que se benefician del actual sistema político estén dispuestos a participar en un proceso de esta naturaleza. En cualquier caso, nunca es tarde si la dicha es buena.
Fuente: propia