En pleno siglo XXI, mientras el mundo observa con atención los procesos de democratización, transiciones políticas y nuevas formas de gobernanza, Guinea Ecuatorial se aferra a un modelo caduco, represivo y profundamente incoherente. Bajo el liderazgo de Teodoro Obiang Nguema —el dictador más longevo del continente africano— y su hijo, Teodoro Nguema Obiang Mangue, conocido como Teodorín, el país sigue hundido en una espiral de cinismo, corrupción y autoritarismo. Lo que alguna vez fue una promesa de prosperidad gracias a sus recursos naturales se ha convertido en un oscuro laboratorio de estrategias represivas, alianzas sin escrúpulos y decisiones absurdas que desafían toda lógica geopolítica.
El Régimen de los Obiang es un regimen del Cinismo sin Filtro: Durante décadas, el régimen de los Obiang ha sido etiquetado por observadores nacionales e internacionales con una variedad de calificativos: dictadura, cleptocracia, tiranía familiar, reino del absurdo. Se les ha acusado de ser corruptos, represores, incultos, traidores de su propio pueblo y ladrones de los sueños de toda una nación. Pero estas denuncias, por reiteradas que sean, parecen resbalar sobre los muros del poder de Malabo como la lluvia sobre el mármol. Lejos de provocar reflexión o rectificación, el régimen ha optado por un camino cada vez más delirante, reforzando su autoritarismo con gestos que rozan lo grotesco. Uno de los ejemplos más recientes y alarmantes de esta lógica perversa es la decisión de Teodorín —sin consulta pública, ni debate parlamentario alguno— de aceptar en territorio guineano a migrantes sudamericanos rechazados por el gobierno de Donald Trump. ¿A cambio de qué? Las versiones no oficiales, pero muy plausibles, hablan de oscuros intercambios: posibles acuerdos para la entrega de opositores guineanos exiliados en Estados Unidos, recuperación de bienes incautados al clan Obiang, y la consolidación de una red de espionaje internacional destinada a eliminar cualquier disidencia en el exterior. Se trata, en realidad, de un nuevo capítulo en la larga estrategia de supervivencia del régimen: aferrarse al poder al precio que sea, incluso convirtiendo a Guinea Ecuatorial en un santuario para redes criminales internacionales.
La Expulsión de Cameruneses y otros africanos de Guinea Ecuatorial es Racismo Selectivo y Xenofobia Estratégica. Mientras abre sus puertas a los narcos sudamericanos. que Donald Trump no quiere, el régimen expulsa con violencia y desprecio a ciudadanos cameruneses —hermanos culturales y vecinos históricos— que han compartido lazos de sangre, lengua y cultura con Guinea Ecuatorial desde siempre. Esta política de limpieza silenciosa no responde a razones de seguridad ni a cuestiones migratorias, sino al cálculo frío y racista de un poder que necesita enemigos internos para justificar su represión y enemigos externos para reafirmar su victimismo.
La paradoja no puede ser más obscena: se criminaliza al pobre y se acoge al mafioso; se expulsa al africano que busca sobrevivir y se acoge al extranjero que llega con maletines llenos de estupefacientes. Una señal inequívoca del profundo desprecio del régimen hacia su propia identidad africana.
Una Política Exterior Prostituida: La política exterior de Guinea Ecuatorial es una tragicomedia sin libreto ni dirección. Se trata de una diplomacia sin principios, sin coherencia y sin dignidad. El régimen flirtea con Washington mientras firma acuerdos con Moscú y permite el ingreso de mercenarios del Grupo Wagner a Guinea Ecuatorial. Suplica inversiones a Pekín y, al mismo tiempo, permite que asesores israelíes instruyan a las fuerzas represivas locales. Apoya al régimen de Nicolás Maduro, pero acoge a venezolanos expulsados por Estados Unidos. Vota a favor de Palestina en la ONU, mientras entrena a su ejército con Israel. Reconoce al Frente Polisario, pero aplaude la ocupación marroquí del Sáhara Occidental. ¿Cómo se explica esta serie de contradicciones? La respuesta es simple: Guinea Ecuatorial no tiene una política exterior, tiene una política de supervivencia.
No hay visión de país, no hay objetivos nacionales, no hay defensa del interés colectivo. Lo que hay es un oportunismo permanente, un juego de equilibrios entre potencias que, en el fondo, solo busca una cosa: blindar al clan Obiang de cualquier amenaza internacional, disfrazando el miedo con supuesta neutralidad estratégica.
Un Estado Secuestrado por una Familia
En el fondo, todo responde a una lógica perversa pero clara: Guinea Ecuatorial no es una nación en el sentido moderno del término. Es un Estado secuestrado por una familia, utilizado como finca privada, explotado como empresa personal. El ejército, la policía, la justicia, los medios de comunicación y hasta las embajadas son herramientas al servicio de una sola causa: mantener al clan Obiang en el poder, aun cuando eso implique entregar la soberanía del país al mejor postor.
Frente a esa realidad, figuras como Tutu Alicante —activista y defensor de los derechos humanos en el exilio— se han convertido en símbolos de una resistencia que el régimen no logra aplastar. Tan incómodo resulta su discurso, que el propio Obiang ha llegado a expresar su deseo de verlo muerto. El hijo, menos carismático, más inseguro, teme profundamente que voces como la de Alicante se conviertan en faros para una nueva generación de guineanos dispuestos a reclamar lo que les pertenece por derecho: libertad, dignidad y futuro.
El Pueblo: Víctima Silenciada, Pero No Vencida: A lo largo de los años, el pueblo de Guinea Ecuatorial ha sufrido un doble castigo: la violencia de un régimen despiadado y el abandono de una comunidad internacional que, más allá de algunas condenas verbales, ha optado por mirar hacia otro lado. La represión, la censura, el miedo y la precariedad han sido las herramientas predilectas del poder para mantener al país en un estado de letargo inducido. Pero la conciencia colectiva no puede ser erradicada para siempre.
Por más que lo intente el régimen, el día llegará en que la memoria histórica despierte con fuerza, y los Obiang tendrán que rendir cuentas ante su propio pueblo. Porque si ya se les ha llamado de todo —dictadores, corruptos, criminales—, ¿qué más hace falta decir? ¿Qué nombre les queda por recibir cuando sus actos hablan con una claridad aterradora?
Una Nación Enajenada, Un Futuro Secuestrado
Guinea Ecuatorial vive hoy una parodia de soberanía. Su gobierno no gobierna, su diplomacia no representa, sus instituciones no funcionan. Lo que existe es una simulación de Estado, sostenida por el miedo, el petróleo y las alianzas turbias. Pero la historia tiene una lógica implacable: tarde o temprano, todo régimen construido sobre la mentira y la sangre termina derrumbándose. Y cuando eso ocurra, la factura será alta, no solo para quienes ostentan hoy el poder, sino también para aquellos que, por cobardía o conveniencia, lo legitimaron.
Porque no se puede construir un país entregándolo al narcotráfico, expulsando a los vecinos, reprimiendo a los propios y vendiendo su dignidad al mejor postor. Guinea Ecuatorial merece mucho más que ser la finca de una familia enferma de poder.
Fuente: Reflexiones
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