Humberto Riochí. Portavoz del MAIB
6 de mayo de 2011.

Guinea Ecuatorial hace de escenario y los hechos podrían servir para el guión de obras de Umberto Eco y otros escritores, especializados en destripar historias monacales del medievo, poniendo al descubierto las miserias y contradicciones ininteligibles que se esconden en algunas instituciones llamadas por su naturaleza a guardar, como mínimo, las formas.

Jorge Bitá Caekó, natural de la villa de Rebola, isla de Bioko, ordenado sacerdote católico el día 10 de agosto de 2002, tenía 37 años de edad y venía de oficiar misa en la localidad de Basupú, donde había sido destinado desde el pasado año, excluido ex profeso de los centros de poder y las guerras intestinas que se producen en el arzobispado de Malabo. Era la tarde-noche del sábado día 30 de abril, cuando unos desconocidos, fingiendo tener una avería -a estas alturas se sabe que eran uniformados-, le paraban en la carretera que va de aquella localidad a la ciudad. Su espíritu samaritano le jugó una mala pasada porque se trataba de una emboscada. Sus supuestos necesitados le destrozaron la cabeza dejando su cuerpo abandonado para que los socorristas que le encontraron trasladaran al Hospital General de Malabo a un hombre clínicamente y muerto.

Los autores del crimen prepararon el escenario para simular un accidente de tráfico. Pero, según testimonios, el coche del finado no tenía abolladuras significativas que pudieran avalar la aparatosidad que presentaba el estropicio de su cabeza. El coche solamente tenía roto el cristal del lado del conductor y la puertas delanteras abiertas, supuestamente para recolocar al “accidentado”. El lugar elegido para hacer más creíble la chapucera coartada no podía ser más disparatado. Se trataba, sin paliativos, de un asesinato realizado con toda intención. A partir de aquel momento se suceden una serie interminable de “coincidencias” a cual más sorprendente.

Y la primera de ellas consistió en el tupido manto de silencio cómplice, colocado premeditadamente desde la dirección de la “iglesia” ante un asesinato, con ribetes de magnicidio, de uno de sus ministros. No hay un solo pronunciamiento público sobre el suceso. El escándalo no es resaltado ni en las celebraciones religiosas, ni desde los medios de comunicación nacionales, habituados a los obituarios. El episcopado, incomprensiblemente, horas después de los hechos, intentará oficiar un entierro inmediato del cadáver, sin la presencia de los padres y sin presentar batalla para una investigación. El Arzobispo, tras el fracaso anterior por la oposición de los familiares, toreará hasta la extenuación a la madre personada el miércoles en las dependencias de la mitra, para hacer la reclamación del cuerpo sin vida de su hijo que, meses antes del desenlace fatal, comentaría a algunos confidentes sobre la peligrosidad que envolvía su ministerio en medio de tiburones con sotanas blancas, conchabados con el poder.

Ayer, mientras los restos del padre Jorge Bitá Caekó recibían cristiana sepultura en Rebola, el principal sospechoso de la inducción de su muerte se paseaba por las calles de Malabo, arropado por la inmunidad de su origen y el parapeto de un inmerecido alzacuellos. Las instancias estatales, teóricamente obligadas esclarecer la situación, andaban por su parte ocupadas en vigilancias callejeras y en amedrentamientos a la población para garantizar los éxitos de una Cumbre convertida en bálsamo de fierabrás para la continuidad de Obiang en el sitial. Ni un solo dato más allá de lo que se conoce. El asesinado, por lo que se, no era un bien público defendible porque carecía de un apellido fang de Mongomo.

Jorge Bitá Caekó ha sido, de esta manera, la enésima victima de una configuración eclesiástica étnica con un papado situado en Mongomo. Antes de él, otros ya fueron exclaustrados, afeados previamente por conductas que hoy están siendo promocionadas. Llevaba a cuestas su pecado original con un ADN bubi que le hacía potencial candidato a ocupar una obispalía negada a los naturales de la archidiócesis. Ha pagado con su servicio el precio más alto por nadar a contracorriente en las límpidas aguas de la verdad, contrastando su comportamiento con la de los que se sumergen en los alcantarillados del cainismo.

Y estas fórmulas kafkianas comentadas no vienen de hoy. Existen desde que algunos fang entendieron que los hábitos y los púlpitos eclesiales daban, y mucho, para ganar salvaciones terrenales personales y familiares; es decir, poder, dinero, influencia, inmunidades y otro largo etcétera de prebendas colindantes con las corruptelas de toda la vida. Por eso no sorprende que le coloquen todas las velas al Cesar dejando en la oscuridad al Dios que pretendidamente dicen predicar. Así las prelaturas han ido cambiando sus labores de vigilancia e inspección pastoral por las prácticas inquisitoriales más abyectas contra los sacerdotes disconformes con la nueva doctrina que se ha instaurado. Y desde este juego de truhanes y ventajistas, el pelaje de los nuevos mercenarios de la opresión y la exclusión, esta haciendo fortuna para la descristianizacíón de la feligresía. Benedicto XVI debería ser notificado con urgencia.

Nada de venganzas. Solo habrá justicia para los asesinos de JBC.


Fuente: bosila

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