Erase una vez un pescador muy hábil, que vivía en un Pueblo denominado Gaañó-Gaañó. El pescador apresaba de forma inteligente todo lo que quisiera en los ríos y lagos de los alrededores del Pueblo para llevárselo al trueque.
La rana, visto el ritmo al que disminuía la población del rio en el que habitaba, y consciente de sus limitaciones, convocó a los peces, cangrejos y gambas del rio a una reunión para tratar de encontrar formulas capaces de desafiar la inteligencia del gran pescador.
En la reunión la rana sugirió a los demás pobladores la idea de acudir a un sabio denominado Uañalaama, un prestigioso anciano del Pueblo en demanda de consejos. Todos, excepto la rana, se negaron a acudir a la cita. Ahí, el sabio Uañalaama dio a la rana un ungüento escurridizo que debía untarse al cuerpo todos los días para poder escapar de la mano del pescador cuando fuera apresada. La rana regresó al rio con el ungüento y, ahí, convocó a otra reunión a los que se habían negado acudir a la cita con el sabio. La rana, generosa, puso a disposición de los demás el ungüento que el sabio le había dado. Pero, de nuevo, todos, se negaron a untárselo. Y para postre, el cangrejo dijo que ya tenía su ungüento natural: sus dos pinzas, las armas poderosas que Dios le había dado y con las que haría frente a la inteligencia del pescador si este lo pretendiera apresar. El pez dijo que ya tenía sus aletas, armas poderosas con los que pincharía al pescador y correr en el agua a una velocidad lo suficientemente rápido para desaparecer en un pis pas. La gamba, por su parte, dijo que ya tenía sus refugios debajo de las piedras; lugares seguros e inaccesibles a la mano del hombre. En definitiva, para estos tres últimos, de consejos nada de nada, la naturaleza es sabia y perfecta y, a cada criatura le bastan los medios naturales de defensa que Dios le ha dado. El pez, el cangrejo y la gamba olvidaron que lo mismo que Dios les había dado unos dotes naturales, se los había dado al hombre otros superiores todavía, entre ellos la razón.
La rana, consciente de sus limitaciones, y sabiéndose la más vulnerable del rio, se untó el ungüento que le había dado el sabio Uañalaama; pues, al contrario que los demás, necesitaba subir con frecuencia a la superficie del agua para tomar oxígeno.
Días después, el pescador acudiría de nuevo a pescar y todos los pobladores del rio pusieron en marcha sus habilidades; pero en esta ocasión el gran pescador cambiaría su técnica habitual de pesca. Los peces, gambas y cangrejos, que desconocían dicho extremo, de nuevo, volvieron a ser apresados. Tras el apresamiento, el cangrejo reaccionó clavando sus pinzas al pescador pero no pudo impedir ser llevado al trueque. Y desde entonces, el hombre le poda las pinzas al cangrejo antes de cocinarlo. El pez, fuera de las aguas, aleteó y pinchó al pescador en un dedo pero no pudo salir corriendo fuera de las aguas. Y desde entonces el hombre le quita las aletas y las escamas al pescado al cocinarlo. La gamba, a penas, ofreció resistencia, ni pudo refugiarse debajo de las piedras como lo había anunciado. Y por eso se come hasta crudo. La rana, que se había untado el ungüento que le recomendó el sabio, escurrió de las manos del pescador, cayó de nuevo al rio y fondeó hasta las más remotas profundidades donde el pescador no podía jamás encontrarlo.
Así pues, el cangrejo (de rio), los peces (pescados) y, las gambas fueron llevados al mercado y desde entonces formarían parte de los mejores manjares de la gastronomía Bubi.
La rana, por el contrario, por su generosidad con los demás, y, por haber escuchado los consejos del sabio, fue premiada por el Pueblo: se le excluyó, para siempre, de los majares y se la coronó reina de los arroyos, estanques, lagos, etc… para seguir dando lecciones de generosidad y obediencia a los demás; el día de su coronación fue aplaudida y cantada por los humanos; en agradecimiento a estos, la rana emularía para siempre los cantes y aplausos recibidos el día de su coronación haciendo en el agua: “CROACK, CROACK, POM-POM”. Y los demás pobladores del agua se quedarían mudos para siempre.
El pescador y la rana ganaron sus batallas con la fuerza de la razón, y los demás la perdieron por la razón de la fuerza…
El que tenga oídos que oiga.
Mario Mulé Ribala.
Vice-Presidente del Movimiento para la Autodeterminación de la Isla de Bioko( MAIB).
Fuente: bosila