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Editorial

Y ahora,¿Qué?


publicado por: REDACCION guinea.net el 15/01/2021 15:08:44 CET


Sobre todo en la última década, vengo sufriendo en silencio los denuestos de Severo Moto Nsa, espécimen genuino del estilo ponzoñoso inoculado en nuestros modos políticos y conducta social por la tiranía de Francisco Macías Nguema, del cual, no por casualidad, fue amanuense destacado. Cesado en 1981 como secretario técnico de Información por su sucesor -no por discrepancias políticas como afirma, sino por asuntos menos edificantes- me llamó desde Libreville, donde estaba huido, para que le ayudase a llegar a España. Le ayudé, hasta recogerle en el aeropuerto de Madrid la noche del 6 de enero de 1982. Y le arropé, desoyendo múltiples advertencias en nuestro entorno autodestructor, carcomido por envidiejas y otros vicios añejos. Le animé a que escribiese su experiencia en aquel sórdido mundillo que tan bien conocía, y me extrañó que un profesional como dice ser no siguiera la sugerencia; hoy tengo acreditado que no se atrevió a poner por escrito cuanto él mismo había contribuido a cimentar; aún viven muchos de sus compañeros de francachelas nada santas. A instancia mía, en agosto siguiente se ideó el Partido del Progreso -cuyo nombre decidí-, al considerar necesario, en previsión de un futuro distinto, disponer de instrumentos que permitiesen superar el trauma de la primera dictadura; consta en documentos publicados por él mismo, ahora arteramente escamoteados; como también constan en ellos las razones por las que rehusé, y sigo negándome, a dedicarme a la política como actividad. Lo cual no obsta para que ejerza con responsabilidad mi inalienable derecho a intervenir, con mis aportaciones y opiniones, en la “res publica”; en ese sentido soy tan político como cualquier ciudadano consciente, según la formulación aristotélica.

        A lo largo de los años, y ante la deriva que tomaba el personaje, le aconsejé mesura, siempre en privado; que integrase a los guineoecuatorianos, cuya pluralidad debe ser reconocida y amparada, en torno a las ideas de libertad, desarrollo y concordia, para articular una sociedad en que prevaleciesen los valores sepultados por la tiranía, y conducirla con dignidad hacia el S. XXI. No sugerí ninguna ideología, a mi juicio secundaria en el actual estadio, al existir prioridades más perentorias; pero insistí en que debía ser una organización de sólidas convicciones democráticas, para iniciar un nuevo estilo en el fondo y en las formas; y en numerosas ocasiones le señalé el error de recrear guetos exclusivos para afines de “adhesión inquebrantable”. En lugar de propiciar ese espacio común de tolerancia, reflexión y propuestas en libertad, veía, desde mi voluntario retiro, cómo Moto se alejaba de aquellos propósitos iniciales. A medida que llegaban y crecían los apoyos internos y externos -más por las deficiencias ajenas que por logros propios- se acentuaba en el autoproclamado líder la tendencia autoritaria que se trataba de extirpar. Instalado en la omnisciencia, no escuchaba a nadie. Sin escrúpulos ni consideración, las personas eran meros utensilios para escalar sobre sus hombros. Hizo del insulto y la descalificación su estandarte. Afloraron soberbia, prepotencia y ambición desbocada. Nunca convocó un congreso ni reunión legitimadora. Como demuestran los 38 años transcurridos, su único afán era echar a su rival -y a todo posible competidor, dentro o fuera del Partido- para apropiarse la poltrona.

      Pese a todo, fiel a mis convicciones, me mantuve en un discreto tercer plano. Ni convenía añadir más confusión al turbio ambiente político nacional, ni pretendí dar la falsa sensación de disputarle nada. Hasta que, en 2011, numerosos militantes, desde el interior y el exilio, pidieron mi intervención para intentar reconducir un partido a la deriva. Era acuciante la necesidad de dar un nuevo impulso al Partido del Progreso. A solas, propuse a Moto varias fórmulas, ninguna aceptada; al contrario, esparció denigrantes falsedades, maledicencias y burdas mentiras, al estilo de manual de todo tiranuelo. Seguí soportándole en silencio. Ante la presión de los militantes asesinados, represaliados y exiliados, con el partido ilegalizado por su aventurerismo megalómano, le forcé a convocar una Asamblea. Se negó al principio. Ante mis argumentos, tuvo que ceder, pero desplegando cuantas argucias genera una mente totalitaria: inusitada agresividad, intimidación, tribalismo, nepotismo, insidias. Era su modo de reafirmar su caudillismo para seguir vendiendo humo. En síntesis: si en lugar de en España nos hubiésemos reunido en Guinea Ecuatorial, quien esto escribe hubiese sido linchado el 12 de enero de 2012. Testigos hay. Los posteriores intentos de regeneración fueron boicoteados con falacias insultantes, a menudo ridículas, que incluían ataques personales que me llenaron de asombro. Se comprueba leyendo su web y otras páginas digitales que, sin contrastar la “información”, difundieron sus diatribas. Apenas me preocuparon tales exabruptos, convencido de que el tiempo, juez implacable y definitivo, pondría a cada cual en el lugar merecido. Tampoco presté oídos a quienes me recordaban el refrán: “quien calla otorga”. No había nada que desmentir, ni era necesario hacerle el caldo gordo.

    En su onírica torre de marfil, ya fuera de la realidad, creyó que su trofeo sería verme escarnecido, quizás encarcelado. Pero erró el tiro al querellarse contra mí ante el Juzgado de Instrucción número 2 de Aranjuez (Procedimiento 1120/2015) por presuntos delitos de “falsedad” y “estafa”. Me investigaron, declaré, y el 13 de noviembre de 2018 el Juzgado dictó providencia de sobreseimiento firme de su denuncia. Por lo tanto, no hubo caso. Lo cual equivale a denuncia falsa. Oportunamente informado el denunciante, continuó aventando sus falacias en fechas posteriores. Mientras tanto, aunque dolido y decepcionado por tanta insensatez, ingratitud y mezquindad, yo callaba, seguro ante dos realidades: no siempre otorga quien calla, pues a menudo es preferible ser prudente y armarse de paciencia; no me lleno la boca de palabrería huera; y, segunda evidencia, nadie, ni manipuladores como Moto, puede engañar a todos todo el tiempo. “El ladrón cree que todos son de su condición”, reza el adagio: en sedes judiciales españolas constan sumarios que sí le implican en casos de corrupción. Él ha sido encarcelado, en Guinea Ecuatorial y en España, no a causa de la política como dice, sino por delitos derivados de su acreditada irresponsabilidad y su inveterada incontinencia verbal. Pero yo tengo impoluta mi hoja de antecedentes penales en cualquier país donde he residido. Moto, que me conoce desde mi nacimiento, sabe bien que soy incapaz de hacer lo que dijo que hice. Pero había que esparcir el lodo de su íntima e inmensa frustración, debida a sus fracasos estrepitosos, únicamente atribuibles a su errática trayectoria, jalonada de comportamientos inicuos. La grandeza del Estado de Derecho es la obligación de demostrar la acusación, porque no basta denunciar. Y él basó sus imputaciones en pruebas amañadas, inconsistentes ante el más somero análisis.

     ¿Y ahora, qué? Lo escribí en su día: es aún más loco quien persigue desnudo a un demente que sustrajo su ropa. Moto, sedicente “presidente-fundador” del Partido del Progreso, está ahí desde que le puse en agosto de 1982. Para él fue un medio de medrar, de vivir en gloriosa ociosidad, engañando, sableando y jugando con las ilusionadas expectativas de compatriotas y amigos extranjeros; fingió ser alguien que no podía ser sin esa suculenta sinecura. Olvidó que la política jamás fue profesión en ningún tiempo ni lugar; debiera ser una función temporal -no vitalicia- ejercida al servicio del bien común. Al menos así la concibo. Y si nunca me atrajo, es porque observo -aquí, allá y acullá- que no siempre se llega a ella con rectitud de intenciones. El caso de Moto es paradigmático. ¿Tanto cuesta palpar la viga en el propio ojo antes de aventar las motas en el ajeno? ¿Qué le diferencia de Macías Nguema y de Obiang Nguema? Únicamente que no alcanzó el poder. Luego es fácil inferir qué sería de nosotros si hubiese llegado a ostentarlo.

      Demoré esta comparecencia por dedicar mi tiempo y mente a cuestiones más importantes que reclaman mi atención. Hecho lo cual, me quedan dos deberes que cumplir: pedir públicamente perdón a los guineoecuatorianos por haber puesto a Severo Moto donde estuvo, y demostró su incapacidad para realizar la tarea regeneradora propuesta; petición que reiteraré dentro nuestro país cuando surja la ocasión, ante los miles de damnificados que creyeron en ese proyecto y en cuyo esfuerzo y sacrificios se ciscó tan “carismático líder”. Actué de buena fe. No percibí su verdadera índole, y me confieso el primer engañado al presentarse como quien no era ni podía llegar a ser. El segundo incumbe al propio Moto: pagará sus delirios, no importa dónde se agazape. Lo sabe, puesto que debería conocer mi firme compromiso con la palabra dada. Ningún odio ni afán de venganza me animan, al no albergar mi espíritu tales sentimientos embrutecedores. Sólo que nuestra sociedad no puede seguir engordando monstruos; preferible desenmascararles a lamentar su capacidad de destrucción. Y que sirva de aviso a los navegantes. Si deseamos encarar el futuro con cierta esperanza, necesitamos revertir el maleficio que iguala en la indignidad a cuantos nacemos en Guinea Ecuatorial.



Fuente: Donato Ndongo-Bidyogo

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Véase también la declaración sobre el uso de seudónimos

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